En un paraje alto situado sobre
la orilla izquierda del Danubio, Salga la viuda, Salga la bella viuda, más
atrevida que el halcón, posee una traílla de caballos sin domar, al cuidado de
ocho pastores y otros tantos perros feroces.
Pero he aquí que hacia la media
noche es sorprendida la traílla por un escuadrón de soldados húngaros quienes
después de dar garrote a los pastores fusilan a los perros y prenden y maniatan
al criado de confianza de Salga, un hombre fuerte y curtido por el sol de los
campos.
Es tan intenso el dolor que
experimenta el criado de la viuda al verse maniatado, que no puede menos de
exclamar, deshecho en lágrimas:
–¡Capitán Caracatoutsch, jefe de
quinientos jinetes aguerridos de nuestro Rey! ¡Ten piedad de mí! ¡Líbrame de
estas crueles ataduras que me desgarran los brazos!
El capitán, movido a compasión ordena
que se le aflojen las ligaduras. Apenas libre el criado, introduce la mano
derecha en su seno, saca el instrumento de oro a modo de corneta y bien pronto
sus notas inundan el valle, atraviesan las gargantas del terreno, repercuten en
los riscos y hacen estremecer el ramaje de los bosques. Y Salga, la viuda, oye
estas notas valientes medio en sueños, se despierta, se lanza al campo y se
mete en casa de la madre de su esposo.
–Madre – le dice – ¿no has oído
el clarín de un jefe de pastores? ¿No te han despertado sus notas al resonar en
los valles? ¿No temes tú, madre de pastores, que nuestros ganados se hayan
extraviado y que los soldados húngaros se hayan apoderado de las piezas más
sanas?
A esto responde su madre: –Vuelve
a acostarte hija mía. No te cuides de los pastores ni te inquiete el eco del
clarín. Ya sabes que suele sentirse muchas veces cuando dos pastores muestras
deseos de regresar a sus chozas…
Aún resonaban las últimas
palabras de su madre, cuando llegaron a Salga nuevos llamamientos del clarín de
su criado.
La viuda se estremecío:
–Vamos pronto, madre; renuncia al
sueño por ahora, ensíllame un caballo con montura de hombres. Voy escapada en
socorro de nuestros pastores. Así como así, he aprendido a cabalgar con
valentía.
Ya sobre su caballo se lanza a
galope tendido en la dirección que traen los acentos del clarín. Salga marcha
contenta, esparciendo en el aire el rumor de sus armas.
Cuando los soldados húngaros
advirtieron la presencia de la amazona, trataron de huir.
¡Alto! ¡Alto! Capitán Caracatoustsh,
capitán de los valientes escuadrones de nuestro rey, vengo a luchar contigo cuerpo
a cuerpo. Detente un momento, afírmate sobre tu cabalgadura, cambiemos dos
palabras, y luego, yo te juro por Dios vivo que no tardaremos en cruzar
nuestras armas! ¡Es menester enseñarte a no ser cobarde con los pastores
indefensos; es preciso castigarte como ratero que eres, ladrón de caballos!
El capitán Caracatoutsh huía, huía,
sin volver la cabeza.
¡Pero Salga, la viuda Salga, más
atrevida que el halcón, se la cercenó de un golpe, mientras el hombre mutilado
se fugaba a lomos de su caballo corredor. Y la sangre del capitán regó el
camino, dejando perdurables huellas rojas!
………
……....
A partir de entonces, cuando los
soldados húngaros corretean, acechando al robo, por aquellos campos desiertos,
se guardan mucho de aproximarse a los prados en que pastorean las yeguadas de
Salga la viuda, sobre la ribera del Danubio.
CARMEN
SILVA
(Diario
de Pontevedra, 28 de octubre de 1897)