viernes, 6 de febrero de 2015

EL ESPECTRO DEL MARQUÉS (F. Sánchez Fano)

I
Cuando más tranquila estaba Pura en su gabinete, entró precipitadamente la doncella diciendo: –Señorita, traen esta carta para el señor y dicen que es muy urgente.
¡Para el señor una carta muy urgente, y con letra de mujer! Purita se creyó revelada de la discreción natural y del sagrado secreto de la correspondencia, y rompió el sobre, esperando descubrir alguna infidelidad de su esposo.
Abrió la carta, la leyó rápidamente, y su rostro se tiñó de intensa palidez.
¿Era cierto lo que leía? Brígida, el ama de llaves del marqués, avisaba, toda atribulada, que acababan de encontrar en el cuarto de baño el cadáver del marqués, que se había suicidado abriéndose las venas.
Pura no supo qué hacer en los primeros momentos; aquella noticia de la muerte de una persona tan querida, tan unida a ellos por los vínculos de la amistad, vino a trastornarla por completo.
Repuesta un tanto, ordenó que se avisara al Casino, donde seguramente se encontraría Pepe, su marido.
Entretanto se vistió precipitadamente, ciñéndose un traje negro, que realzaba su belleza.
II
Cuando Pura y Pepe llegaron a casa del marqués, ya los buenos oficios de Brígida habían hecho amortajar el cadáver, y vestido de frac, colocarlo sobre la cama.
Pura permaneció con los ojos llenos de lágrimas ante el cuerpo inanimado de aquel hombre, que con aquel mismo traje tantas veces le había paseado por los salones, escuchando sus galanterías y sus eternos asedios, dichos con tanto ingenio, que no daban motivo para poder enojarse.
Allí estaba, correctamente vestido aquél Líon de los salones, aquel solterón empedernido, preocupación de todas las madres con hijas casaderas.
Allí estaba el cadáver de aquel hombre, al que parecía sonreírle la vida, por su posición pecuniaria y social, por su arrogante figura, por su fortuna con las damas.
Allí estaba aquel hombre, sin que pudiera explicarse el origen de su extrema resolución.
III
Pura volvió a su casa con el espíritu apenado, el alma contristada y los ojos preñados de lágrimas, y se encerró en su alcoba, retirándose temprano a descansar.
No en balde ni tranquilamente se pierde un amigo, un contertulio, un asiduo galanteador.
Para colmo de pesares, Pepe no había querido prescindir aquella noche de su asistencia al Casino, de donde, como siempre, volvería de madrugada.
Pura apagó la luz eléctrica y se arrebujó en las ropas de la cama, procurando buscar en el sueño el descanso tan necesario para su espíritu.
En vano intentó conciliar el sueño. La imagen del marqués no podía apartarse de su imaginación.
Mal de su grado, allí en el fondo de la oscuridad se destacaba el espectro del marqués correctamente vestido de frac, con la inmovilidad del cadáver y con la persistente tenacidad de una pesadilla.
Pura cerró los ojos, apretándolos fuertemente. Pero al través de sus párpados vislumbraba la figura del marqués, aun más fuerte, aún más cerca, aun mejor delineada.
Sintió un miedo terrible: quiso gritar, y la voz se ahogó en su garganta; quiso sacar el brazo para encender la luz y tocar el timbre, y el pavor entumeció sus miembros.
Y el espectro del marqués parecía que caminaba hacia ella, que se aproximaba sin cesar. Parecía que intentaba una vez más, formular en su oído alguna frase galante.
El cuerpo de Pura se sentía agitado por un temblor nervioso, hijo de un miedo cerval.
Haciendo un esfuerzo recogió el cuerpo y subió el tapado sobre su cabeza: inútil precaución. A través de las ropas veía la imagen del cadáver acercarse y acercarse más, siguiendo un camino que no terminaba nunca.
Pocos momentos después, sintió Pura algo espantoso, algo que erizó los vellos de su piel, que le hizo sentir las angustias de la muerte.
Las ropas de la cama, aquellas ropas que quiso colocar como barrera infranqueable entre la visión y sus sentidos, comenzaron a escurrirse de sus manos, a marcharse en dirección de los pies de la cama, en la misma dirección del sitio donde aparecía el espectro.
Ella se aferró fuertemente a las ropas y sintió el esfuerzo que en sentido contrario hacían, que la destapaba a su pesar.
Era, sin duda, que el marqués no contento con aparecérsele, quería llevar su atrevimiento quizá hasta destaparla, quizá hasta juntar sus labios cárdenos con los de Pura temblorosos.
IV
Cuando el alma de Pura llegó al límite del terror, se abrió la puerta del dormitorio y apareció Pepe con una luz en la mano, a cuyos reflejos huyó la espantable visión y cesó aquella tirantez de la ropa.
Purita contaba aún temblorosa a sus espantos cuando Pepe la interrumpió diciendo:
–¿Pero mujer, tanto amor tienes a este gato que hasta le haces dormir en nuestra alcoba?
Y acto seguido espantaba al animalito que dormía tranquilamente en las ropas de la cama que arrastraban por los pies.
Aquel animal, en su afán de subirse a la cama, era el que gateando había producido el tirar de la ropa, que a Pura le causaba tanto terror.
Lo demás había sido producto de la imaginación, y de la triste impresión producida por la contemplación del cadáver del marqués.

F. SÁNCHEZ FANO
(Diario de Pontevedra, 13 de diciembre de 1897)