domingo, 8 de febrero de 2015

EL ÁRBOL DE NAVIDAD (Enrique Sepúlveda)

… Lo sacaron de la abultada maceta, primorosamente vestido de seda y oro, y envolviendo en arpillera de burda tela su cepellón terroso y quebradizo, el jardinero se lo llevó a la finca.
El simpático pino, enanito y gracioso, tan olvidado, apenas terminó su misión en aquella alborozada rifa de juguetes, salía muy mustio, y dijérase (al ver su penacho inclinado) que cabizbajo, de aquel salón brillante en que había sido el soberano de una poética fiesta de la infancia.
Y llegó al campo, y lo plantó acto continuo el jardinero entre otros árboles muy secos, y él, arbusto eternamente verde y frondoso, con sus hojillas ásperas y punzantes, insertas en espiral alrededor de las ramas y su tronco grueso, recto, con la fortaleza rústica de la tierra que lo crió ad usum selvaticum, se dejó colocar allí, asombrado de la brusca transición, más complacido quizá de aquel ambiente frío del jardín, que de la atmósfera tibia y perfumada de la tarde de la rifa, y sin acertar a explicarse por qué antes le habían puesto adornos de todo género y tributado homenajes sin límite, infinidad de niños muy guapos, y ahora, despojado de todo, en parte mutilado, «desarbolado» podría decirse, lo abandonaban allí, sin una mirada de las incontables y muy lindas que lo «devoraban» en el salón, sin un elogio de los que a semejanza del cortesano, incienso de la adulación, le habían envuelto sin cesar en la inolvidable jornada.
No se encontraba bien. Algo, como contusión de golpes y escozor de heridas, traíale inquieto, «febril», y sus hojas se estremecían, no tanto por el viento, apenas perceptible, como por el malestar que sentía. Algo ligero y transparente que cual envoltura de gasas bajaba desde lo más alto de su tronco, lo deslumbraba con extrañas y refulgentes visualidades de oro y plata.
Cerca ya del anochecer, un albaricoquero, contrahecho y giboso, allí vecino, saludó al recién llegado con aire de zumba, y reparando en los hilillos de todos colores que le cubrían con espléndida y original guedeja o nimbo de resplandores, así le dijo, mientras las sombras nocturnas, invadiendo el parque y aumentado sus «silencios» daban a la escena tonalidades fantásticas.
–Mucho te habrás divertido, pino amigo; no todos los árboles tenemos la suerte de que nos elijan para celebrar la Navidad de los niños ricos; no todos servimos. Vosotros, los afortunados, podéis así ver y contar una porción de cosas muy bonitas ¿no es verdad? ¡Cuántos corazoncitos de bebé, habrás hecho latir apresuradamente! ¡Cuántas madres habrán escudriñado entre tus hojas, los agasajos, pensando: ¡aquel es el que quisiera para mi niño! ¡Cuánta alegría, qué dulce espiritualidad, y qué encantadora poseía! ¿verdad? Pues mira: todo eso no ha impedido que un golpe de tijera mal dirigido, por mano impaciente o torpe, haya roto tu «guía» y… por eso te mandan al campo; para que te cures si puedes, para que la finca de nuestros amos te sirva de Sanatorio, y evite que poniéndote muy pronto amarillo y seco, seguidamente, no sirvas ya para la Noel del año próximo, que celebrarán en su casa de la ciudad, con la misma fe y alborozo idéntico al de ahora.
Todo eso nos ahorramos los inútiles, los que no servimos para árboles de Navidad… y ahí me parece verte otra gran sajadura. ¡Pobrecito! Dudo mucho que te restablezcas y si lo logras, para tiempo tienes. Acaso transcurra tanto que cuando se te vuelvan a llevar para agobiarte bajo el peso de mil objetos, y embellecerte, y ponerte luces, y cintas como esas que deshilachadas ya, más que galas parecen lágrimas o gotas del helador rocío que de madrugada nos «asesina», acaso, digo, encuentres trasformados en hombres y mujeres a los niños que ayer, en cuanto te desnudaron, verías alejarse con zumbar de colmena, y saltar por la escalera abajo, abrazados a los juguetes, llenándola de alegría y de risas.
Entonces para ellos tu simbolismo y tus fantásticos prestigios, tu «evocación» y los recuerdos que despiertas, no tendrán ya el atractivo, la fuerza, el embeleso supremo que ejercieron sobre aquel minúsculo concurso, que a tu alrededor bailará en pintoresco tumulto.
…..
El albaricoquero, sabihondo, acertó en su profecía.
El árbol de Navidad llegó al campo herido de muerte, y toda la ciencia del jardinero no fue suficiente a atajar los estragos de una dolencia moral.
Palpitaron las raíces, al dilatarse en su nuevo y amplio seno de tierra vegetal y de tibio mantillo, pero la «guía», la pícara «guía» allá en lo alto rota y doblada, concluyó con el arbolito, que pocos días después – la agonía fue rápida – se encogió, se «marchitó», se aplastó y apareció una mañana cadáver, mientras los hilillos de oro y plata que aún circundaban y salpicaban sus ramas, se habían agrupado también, como original y espléndido sudario del interesante… muerto.

ENRIQUE SEPÚLVEDA
(Diario de Pontevedra 29 de diciembre de 1897)