martes, 3 de febrero de 2015

ANTES MUERTA (José Zaldós de Azo)

Mi amigo Luís adoraba a María, espiritual muchacha, de rostro delicado, facciones correctas, pálida tez y ojazos azules, por los que se asomaba un alma hermosísima, capaz de todo lo bueno e inasequible a cuanto tuviese un tinte de maldad.
El pobre muchacho, huérfano desde la edad más tierna, sin haber saboreado los besos de su madre, sin conocer su santo amor, tan grande como desinteresado, cifró en aquella mujer todo el cariño de un corazón falto de atenciones, necesitado de ternuras y sediento de confidencias íntimas.
¡Es tan triste sufrir solo!
Las alegrías sin testigos son más grades, las penas menores!

***
Sobre el negro paño extendido en el coquetón gabinetito, y encerrado en blanco ataúd cuajado de flores, yacía el cadáver de la pobre María, cerrados los ojos, las manos cruzadas sobre el pecho y encogida las rubias trenzas.
Luís, arrollado junto el cadáver de su amada, dando rienda suelta a su inmenso dolor, llegó a maldecir a un Dios que le arrebataba el único cariño que había encontrado sobre la tierra para servir de bálsamo bienhechor a las heridas de su alma.
Veía con infinita tristeza como la muerte cerró para siempre aquellos ojos vidriosos que le contaron tantas veces sus amores, inmóvil el pecho que envió al suyo tristes suspiros de un cariño puro como los ángeles, cruzadas y amarillas las manos que apretaron las suyas… y se revelaba contra el que había tronchado la florecilla de su felicidad.
Creía imposible que la que pocas horas antes estaba llena de vida y felicidad fuese la misma a quien alumbraban los cirios enviándole sus tristes y llorosas lucecitas y las flores sus aromas dulcísimos.
Y con la cabeza trastornada por las tristes ideas que se atropellaban en su cerebro y el olor de la cera que alumbraba con sus tonos pálidos aquella terrible escena, cayó en una especie de sueño letárgico… ¡y qué ideas más horribles cruzaron su pensamiento!
Sí, María, la inocente joven que le jurase eterno cariño, perjuró a sus promesas de siempre, y olvidando las ternuras de su amante, había entregado su corazón a otro hombre.
Y él los vio con la sangre helada de espanto prometerse fidelidad mutua al pie de los altares, y al sacerdote bendecir en nombre de Dios aquella unión eterna.
Y con el alma atenazada por el desengaño, rebosando amarguras su corazón, hinchados los ojos por el llanto y ocupado el cerebro por los más negros pensamientos, despertó Luis de su horrible pesadilla.
Abrió pesadamente los ojos y recordando su sueño, contempló con satánica alegría que la que le jurara eterno cariño no habría de ser perjura nunca… ¡Yacía su cadáver encerrado en blanco ataúd cuajada de flores, cerrados los ojos, ¡las manos cruzadas sobre el pecho y recogidas las rubias trenzas!...

J. ZALDOS DE AZO
(Diario de Pontevedra, 23 de octubre de 1897)