miércoles, 28 de enero de 2015

AMOR (J. Menéndez Agusty)

A Miguel Sawa

Se desasió de mis brazos y se arrinconó cejijunta en un extremo del sofá. Entre suspiro y suspiro, retorciendo nerviosamente las puntas del pañuelo, decía:
–No te creo aunque me lo jures… Aquella sombra de la Zarzuela… Te miraba de reojo, sonriéndose. Tú seguiste indiferente, charlando algo para disimular la emoción. Sé que la quieres… Sí hombre. Es cosa vieja. Lo que me disgusta es tu obstinación, negando siempre. Así te empequeñeces más. Si fueses sincero te querría. El amor no degrada. Habrías faltado a un juramento convenido pero eres digno de lástima, acaso de respeto, porque te mostrabas sensible, peligrosamente delicado de espíritu… En fin yo me entiendo. Y tú también me entiendes… ¿Verdad?
Y sin querer fue haciendo del tono de su voz queja llorosa y triste con dejes de mimo y pereza de abatimiento. Cuando terminó estaba otra vez junto a mí, deseoso de caricias, como niño encaprichado, pero sujeta su voluntad por el fiero amor propio que acababa de irritar tamaña ofensa.
Yo inventaba lindezas y ternuras para reconquistar su corazón, aprovechando aquella debilidad voluptuosa que en Luz se advertía y le cogí las manos besándolas un sin fin de veces.
Ella se dejaba querer, entornando los ojos y sonriendo levemente sin mirarme, gustando la miel dulcísima de mi arrepentimiento, falso en rigor de verdad. Al cabo quedamos silenciosos.
Caía la tarde, y leve penumbra envolvía al gabinete, dándolo misterioso encanto. Luz había reclinado la cabeza en mi hombro y jugaba con los lazos del vestido. Con voz muy lenta, arrastrándose cariñosa y venga, dijo:
–¡Si fuese verdad!
–¡Verdad es, diosa bonita!– exclamé apasionadamente.
En aquel momento se me ocurrió mirar al reloj, confieso que sin proyecto de fuga, y Luz adivinó en la sombra la dirección de mi mirada.
–¿Ves? –gimió.  Mentirita todo. Miraste el reloj. Te estará esperando… Bandido, hotentote…
Y corrió al extremo opuesto de la estancia, rompiendo a llorar con hondo desconsuelo. Al principio me quedé atónito, casi enfadado, sin acercarme a ella. Luego empecé a pasearme mirando a Luz furtivamente cada vez que por su lado pasaba.
–¡Y te creí!... ¡Borrica!... Mira; me limpio el sitio donde me has besado Así, para que no quede señal…
Y se frotaba furiosamente manos y cara, como si quisiera arrancarse la piel… Yo me sonreí.
–¡Ah! ¿Te ríes?... ¡Cínico!
La cual palabra sonó con vigorosa entonación dramática, como en álgida situación la suelen decir imitados personajes. Esto me hizo más gracia, pero me contuve para no aumentar su encono. Torné a sentarme, esperando lleno de resignación a que el turbión pasase, y cerré los ojos. Oía la respiración jadeante de Luz, alterada por hipos y convulsiones jeremíacas. Alguna idea de piedra, con incipiente y efímero remordimiento, estuvieron a punto de hacerme levantar, llegando a su lado en actitud de pecador contrito; pero seguí en mi sitio arrullado por la blanda oscuridad, sedosa y perfumada como el propio aliento de Luz. De súbito la sentí venir hacia mi persona. Fingí profundo sueño. Sus labios se posaron en mi frente, y rodó una lágrima de sus pupilas a mi rostro.
–¡Rico!  Murmuró, y se sentó a mi lado.

J. MENÉNDEZ AGUSTY.
(Diario de Pontevedra, 26 de mayo de 1897)

El autor: José Menéndez Agusty. Escritor y periodista español, nacido en Madrid y fallecido en Barcelona. Colaboró activamente en la prensa periódica, en diarios de Barcelona como La Vanguardia, El Diluvio o Ilustración Artística, y en diarios de Madrid como Ilustración Española y Nuevo Mundo. Escribió también novelas de carácter burgués y superficial, como La hija de don Quijote, Las ligas de Juanita, El cazador de doncellas o La viuda inconsolable.(FUENTE: Texto extraído de www.mcnbiografias.com)