lunes, 15 de noviembre de 2021

La bronca (PATROCINIO DE BIEDMA)

 

El Príncipe de B*** se paseaba maravillado por delante de las casetas de la feria; con un entusiasmo, raro en él, le decía a sus acompañantes, un Ayudante y un Secretario, que lo seguían en actitud respetuosa: jamás había visto cosa semejante.

Más que una fiesta de Andalucía, le parecía una explosión de luz y de colores, una reverberación del cielo y una florescencia de la tierra, que se unían en notas de aromas y reflejos, como un himno de la naturaleza que celebrase la alegría de vivir.

El cielo azul de Sevilla era fondo adecuado al cuadro movido, chillón, deslumbrador, de su fiesta predilecta.

El Príncipe viajaba de incógnito, de verdadero incógnito. Quería verlo todo de cerca, gozar con aquel espectáculo extraordinario, olvidar por un momento bajo aquel sol que jaspeaba de rayos de oro el espacio, las nieblas de su país, sonreír ante la bulliciosa multitud, olvidando los problemas sociales que pesan sobre el mundo, realizar, en fin, una escapatoria, como un estudiante travieso para llevar a su helado retiro un dulce y cálido recuerdo de una alegría sana y real, derrochada por un pueblo que olvida que hay en el mundo guerras, hambres, dolores y miserias, para embriagarse en sus expansiones con  el vino de su tierra y el aroma de sus flores, con la luz de su cielo y los amores de su alma.

***

El Príncipe había recibido, antes de salir del hotel donde se hospedaba, la visita ceremonial del Gobernador civil de la provincia, el cual cumplía órdenes del Ministro, que le había telegrafiado después de conferenciar con el embajador, que le había dado cuenta de la llegada del augusto viajero.

–Agradezco infinito la atención – había dicho al Gobernador, – pero nada necesito; quiero pasar desapercibido como un turista cualquiera; verlo todo, apreciarlo por mí mismo, confirmar cuanto se dice de esta tierra encantada.

–De todos modos– había dicho el Gobernador – se vigilará para que V. A. no sea molestado; pudiera cometerse alguna imprudencia.

–No, no –insistió el Príncipe; – personalmente nada necesito; deseo que nadie se moleste por mí, y suplico que no se dé cuenta de mi llegada. Yo soy el conde de C*** y nada más. Viajo con dos amigos y deseo independencia completa.

–En ese caso, solo me resta ponerme a sus órdenes y retirarme.

–Gracias; espero que podré verlo todo…

–Tal creo.

–Bailes, cantos, juergas – decía el Príncipe consultando una nota de su cartera, especie de extracto de una descripción de la feria, – y hasta broncas.. ¿No es así?...

–¡Oh!–dijo sonriendo al despedirse el Gobernador, – de eso habrá en gran número… ¡no habrá que buscarlas!...

El Príncipe se embelesaba mirando aquellas mujeres, que bailaban cadenciosamente al son de las castañuelas, agitando con su movimiento los manojos de cintas de los colores nacionales que las adornaban, con flores en la cabeza, flores en el pecho y flores en los pañuelos que las envolvían, como un girón flotando de una fantástica primavera.

Donde cantaban, donde jaleaban, donde bailaban las graciosas sevillanas, levantando los brazos sobre la aveza, arqueando el cuerpo, deslizando el pequeño pie con rapidez vertiginosa, allí se paraba el Príncipe, admirado, embobado ante aquel espectáculo incomparable, y después de consultar sus notas, decía satisfecho:

–Baile, canto, juerga… eso es, todo eso lo he visto, pero ¿dónde está la bronca?

Llegó la noche, tibia y clara, y la animación pareció concentrarse en las tiendas donde se comía, se bebía y se bailaba sin descanso.

La figura fina y exótica del Príncipe, absorto ante aquellos cuadros populares, no dejaba de llamar la atención de algunos transeúntes y mismo de aquellos que en las tiendas se divertían.

Algunos guasones le invitaban a entrar con timos de la tierra, que el Príncipe no comprendía, ni podía traducir en ningún diccionario.

De repente surgió entre dos mozos, que llevaban vino a una joven que acababa de bailar, una agria disputa.

Las cañas volaron por el aire y las navajas salieron a relucir, brillando sus hojas a la luz como rayos de fuego.

–¡Vámonos!– gritó un chiquillo que salió corriendo –que aquí se armó la bronca.

–¡La bronca! – repitió el ayudante y el Secretario del Príncipe, como el que descubre la solución de un problema; –¡la bronca!... ¡Al fin vamos a verla! Los gritos de las mujeres, el ruido de las sillas que rodaban por el suelo, el tropel de la gente que huía y los agentes de la autoridad que retiraban a un herido y algunos presos, fue todo lo que vio el Príncipe con más asombro que emoción.

Poco después la tranquilidad volvió a la tienda; sonaba la guitarra y corría el vino, y nadie parecía preocuparse de lo sucedido.

El Príncipe, que se había retirado algún tanto, contemplando absorto, aún más que antes aquel espectáculo.

–¡Es singular– dijo a su Ayudante, sin poder ocultar su asombro; – la bronca es, por lo que se ve, parte del programa de estas fiestas… la navaja y la guitarra alternan como armas esenciales… morir o bailar para ellos viene a ser lo mismo.

–Señor– dijo el Ayudante con acento convencido, – yo no creo que esto sea usual en esta clase de fiestas…. Me inclino a pensar que para obsequiar a los extranjeros de distinción las disponen de antemano. Acaso el Gobernador conociendo que V.A. tenía deseo de saber lo que era una bronca, dio sus ordenes…

–Puede ser – dijo el Príncipe sin demostrar extrañeza; – es muy expuesto; pero tiene también sus atractivos… Sentiré que por satisfacer mi curiosidad hayan matado a un hombre; pero, de todos modos, lo agradezco mucho…

 

 

PATROCINIO DE BIEDMA

Publicado en Diario de Pontevedra  21 de abril de 1897