«A LA VISTA DEL CEMENTERIO.- TABERNA.»
–¡Vaya un título extraño! – murmuró nuestro paseante – pero muy a
propósito para dar sed… Seguramente el dueño de esta taberna sabe entender a
Horacio y a los discípulos de Epicuro…. Y también conocerá, tal vez, los
profundos refinamientos de los antiguos egipcios para quienes no había festín
bueno sin esqueleto o sin otro símbolo cualquiera de la brevedad de la vida…
Y entró en el establecimiento, apuró un sendo vaso de cerveza mirando a
las tumbas y encendió lentamente un cigarrillo. Después tuvo el antojo de
entrar en el cementerio, con su alto y lozano herbazal bañado por un sol
espléndido.
En efecto, la luz y el calor atontaban, y hubiérase dicho que el sol
borracho se había acostado cuan largo era sobre un soberbio tapiz de flores
fecundadas por la destrucción. Un inmenso zumbido de vida invadía el espacio –
la vida de los infinitamente pequeños–, interrumpido periódicamente por los
disparos de un tiro próximo, que estallaban como tapones de botellas de
champagne, con el hervor de una sinfonía ejecutada a la sordina.
Entonces, bajo el sol que le caldeaba el cerebro y en medio de la
atmósfera de los ardientes perfumes de la Muerte, oyó una voz que murmujeaba
bajo la tumba en que estaba sentado; y aquella voz decía: –«¡Malditos sean
vuestros timbales y vuestros fusiles, bulliciosos vivientes, que tan poco os
preocupáis de los difuntos y de su divino reposo!... ¡Malditas sean vuestras
ambiciones, vuestras cábalas, mortales impacientes, que venís a aprender el
arte de matar junto al santuario de la Muerte!... ¡Si supieseis cuán fácilmente
se consigue el premio, cuán asequible es el fin de tal empresa y como todo es
falso excepto la Nada, no os fatigaríais tanto, laboriosos vivientes, y no
turbaríais tan a menudo el sueño de aquellos que desde hace tiempo reposan en
el Fin, término único de esta vida detestable!»...
CHARLES BAUDELAIRE
La Vida Galante, nº
1. Barcelona, 6 de noviembre de 1898.