jueves, 5 de febrero de 2015

EL PUCHERO (José Doz de la Rosa)

En las desvencijadas tablas del mal seguro andamio, aguantando los abrasadores rayos de un sol de justicia, con la llana en la mano, las coplas en los labios y la indiferencia del peligro en el pecho, trabaja Juan Antonio con febril ansiedad; era preciso acabar pronto la casa, de cuyas buhardillas tal vez le echen mañana si la falta de obra le obliga a retrasarse unos día en el pago del alquiler. ¿Pero le es lícito pensar en esto? No, y no piensa; él tiene que ganar su jornal, que es el sustento, la vida de la dulce compañera de su pobre nido, y del ángel de redonda cabecita, que al volver de la obra rendido de cansancio, lleno el rostro de chafarrinones de yeso, destrozada la blanca blusa y agarrotadas las callosas manos, le aguarda para compensarle de las fatigas del laborioso día, sentándose en sus rodillas y besando con sus frescos labios los rugosos y curtidos de Juan Antonio.
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Aquel día fue a la obra sin sentirse bien; pero el trabajo, el fatal trabajo le impedía un día de reposo. Los pobres van de la cama al hospital.
Las alegres coplas no salían de sus labios como siempre; sus ojos, inyectados en sangre, no veían sino confusas sombras.
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–¿Qué, qué ha ocurrío? Ná, er probe Juan Antonio que ha dao un paso al aire y se ha deshecho la cabeza contra las piedras de la calle.
Ahí viene la camilla pa llevárselo al hespital.

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La acera de frente a la obra estaba llena de grupos de familias de albañiles, que con reposada tranquilidad reponía sus fuerzas con la sopa humeante y el azafranado cocido… Y allí, en la esquina, una pobre mujer, con un chicuelo en los brazos, espera inútilmente con la blanca servilleta extendida sobre la losa y el pucherillo destapado, la llegada del compañero de mesa.
Los compañeros de Juan Antonio, no apartaban sus ojos del grupo de la esquina, sin atreverse a enterar a la infeliz de la muerte de su esposo.
Y cuentan que aquel día no fue el de Juan Antonio el único puchero que volvió intacto como había venido.

JOSÉ DOZ DE LA ROSA
(La Juventud Literaria, 7 de noviembre de 1897).  Murcia