jueves, 13 de agosto de 2020

LAS IRREPROCHABLES (Catulle Mendes)

        Lisa de Belvélize. - ¡Cómo, es posible, tú lo crees!... Dime acerca de esto cuanto sepas. Habla...
       Marta de Lignolles. - ¿De qué, querida? ¿Lo que creo de qué?
       L.- De...
       M.- ¿De?...
       L.- De las mujeres...
       N.- De las mujeres...
     L.- Del mundo, del verdadero mundo; de las esposas honradas; de las mujeres, en fin, como nosotras...
       M.- ¿Y qué?
       L.- ¿Tienen amantes?
       M.- ¡Sí!
       L.- ¡No!
       M.-¡Te aseguro que sí!
       L.- Amantes con los cuales...
       M.- Seguramente.
       L.- ¿En la cama?
       M.- Casi siemjpre.
       L.- ¿En camisa?
       M.- No siempre.
       L.- ¿En fin, completamente?
       M.-¡Más!
       L.- ¿Cómo con sus maridos?
       M.-¡Mejor!
       L.- ¡Que abominación!
       M.- ¿A quién se lo dices?
       L.- ¡Pero eso son horrores increíbles!
       M.-Increíbles.
       L.-¡Mira!... Si yo supiese que una de mis amigas estaba en ese caso...
       M.- ¿Qué?
   L.- Aunque diese las mejores comidas de París, y recibiese a grandes duques y a embajadores, y admitiese en su placo reservado para todos los estrenos de Sara Bernhardt...
       M.-En fin, la mejor de las amigas.
       L.- Renunciaría a su trato.
       M.- Y harías muy bien, querida.
       L.-¡Oh, no es que yo sea gazmoña!
       M.- No,no; tú no eres gazmoña. Yo tampoco lo soy.
       L.- Tú tambpoco. Es cierto que en la vida mundana, a trueque de pasar por una provinciana o por una salvaje...
       M.- Que es lo mismo...
       L.- Está una obligada a tener con los hombres ciertas condescendencias...
       M.- ¿Quién se atrevería a sostener lo contrario?
       L.- Pero todo tiene sus límites.
       M.- ¡Pues bueno fuera que no los hubiese!
       L.- Así, por ejemplo, durante el vals, una puede dejarse estrechar la cintura algo más de lo indispensable.
       M.-Sí se puede.
       L.- En las comidas, aunque estemos muy descotadas, no hay inconveniente en parecerlo mucho más, inclinándose, inclinándose siempre, como si comiésemos ansiosamente los melocotones que están en el plato.
       M.- ¡Y qué raros se ponen entonces nuestros vecinos!
       L.-¡Qué ojos, qué colores!
       M.- Nadie sabe si son ellos los que buscan los albérchigos en su plato...
       L.- O en nuestros escote. Y todavía hay algo más extraño.
       M.- ¿Qué?... ¿Cuándo?
       L.-Si no se trata de melocotones, sino de polátanos. ¿Has reparado la cara que tienen cuando nosotras quitamos, con nuestros dedos desnudos, la cáscara verde...
       M.-¡Lisa!
       L.- Y colocamos entre los dientes...
       M.- ¡Lisa!
       L.-El plátano.
       M.-¡Oh, Lisa!... ¡Concluye, Lisa!
       L.- Y también comprendo que en el tocador inmediato al salón en donde se baila, abandone una la mano entre las manos que luego no quieren soltarnos, o que aceptemos con un estremecimiento que no da ninguna esperanza, un aliento muy cerca de los labios, o un leve rozamiento de bigotes entre los ricillos locos de la nuca.
       M.- Yo también lo comprendo.
       L.- Porque hay heteras y actrices desvergonzadas que se prestan a todo lo que quieren los hombres.
       M.- Mujeres repugnantes!
       L.- Que no son feas.
       M.- ¡Embadurnadas!
       L.- Tanto como nosotras. En fin, en los tiempos actuales, no tendríamos ningún amigo si no nos resignásemos a ciertas complacen cias.
       M.- ¡Es cierto!
       L.-Complacencias que no tienen nada de reprehensibles.
       M.- Nada.
       L.- Porque eso no es más que coqueteo.
       M.- Coqueteo. Justamente. Tú lo has dicho. Coqueteo.
       L.- Nada más. Y el coqueteo puede extremarse todo lo posible...
       M.- Y más aún.
       L.- Sin dejar de ser una mujer honrada.
       M.- ¡Puesto que es coqueto!
       L.- Por eso, yo...
       M.- ¿Tú?
       L.- ¿Tú conoces al Sr. de Marciac?
       M.- Mucho, sí, sí...
       L.- Estudia la fotografía en un hotel, calle Weber.
       M.- Bueno.
       L.- Pues bien, querida, yo he posado en su casa, yo.
       M.- ¡Es posible!
       L.- Como te lo digo.
       M.- ¿Desnu...?
       L.- Hasta la cintura!
       M.- ¡Oh!
       L.- ¡Diantre! El muy imbécil se estaba arruinando por la gordinflona Constancia Chaput, de Novedades.
       M.- Eres buena amiga.
       L.- Lo he hecho para bien de su mujer, que es amiga mía.
       M.- Está bien!
       L.- Otra cosa. Ayer el señor de Valensole quería, absolutamente llevarme a cenar al colmado...
       M.- ¿En el comedor general?
       L.- En gabinete reservado.
       M.- ¡Hola! Te negaste...
       L.- ¿Por qué?... Estoy segura de mí, y sabía que en el colmado no estaba más expuesta que en mi salón.
       M.-¡Tienes confianza en ti! De todos modos, en gabinete reservado....
       L.- ¡Caramba! cuando digo gabinete... Había en el fondo, detrás de unos cortinajes medio corridos, (cortinajes japoneses riquísimos, bonitos, deslumbradores)... una blancura vaga, indecisa, como un misterio de nieve...
       M.-¿Cómo, cómo, querida?
       L.-No puedes imaginarte; pero sí, lo imaginas, cuán extraños son todos esos rinconcitos... Continuamente resuenan en el corredor ruidos, risas, carcajadas de mujer y unas palabras... unas palabras... Y algunas veces los individuos se equivocan de puerta. Ayer, precisamente, a las cuatro de la mañana...
       M.- ¡A las cuatro de la mañana!
       L.- No puedo precisarlo... A las tres y media... Alguien entró, equivocado... Pero no vio nada, porque estábamos detrás de la cortina y yo tuve tiempo de esconder la cabeza debajo...
       M.-¡Tendrías un miedo!
       L.-Pero eso, bien considerado, no es malo, ¡puesto que es coqueteo!
       M.- Seguramente, puesto que es... Sin embargo, los límites de que antes hablabas...
       L.- ¡Oh... hay límites, aún para los límites!
       M.- Tienes razón. También el vizconde de Argelés ha querido llevarme muchas veces a cenar al colmado. Le he dicho que no.
       L.-¡Bah!
       M.-Pero ha venido a pasar un mes en el castillo de mi marido. En el campo, que bien. El campo es sencillo, es honrado. Nos íbamos a pasear juntos y solitos en cuanto los cazadores se marchaban. Hay, a la conclusión de un larguísimos y estrecho sendero, un escondrijo abierto en la espesura y entre crecidos herbazales, algo así como una gruta de verdura en la que no penetra el sol. Allí las horas eran tan dulces que nos parecían minutos, y una noche no nos hubiéramos acordado de volver al castillo a cenar, si una zagala que pasó por allí cerca no se hubiese acercado diciendo: - Tenga usted, señora, su enagua, que el viento ha arrastrado hasta la carretera.
       L.- ¡Tu enagua!
       M.- Sí, el vizconde no había tenido la prudencia de poner una piedra sobre mi ropa. Pero nada de eso es malo...
       L.- ¡Puesto que es coqueteo!... Lo extraordinario, es que mujeres del mundo, honradas, casadas...
       M.- Como nosotras...
       L.- Tengan amantes. Y, mira, aunque tú lo pienses, aunque lo digas, aunque conozcas ciertos secretos... ¡No, querida mía, no quiero creerlo, no lo creo!

   

       Vida Galante  13 noviembre de 1898


No hay comentarios:

Publicar un comentario