sábado, 15 de agosto de 2020

FRAGMENTOS DE UNA CARTA DE MUJER (Alphonse Daudet)

        ... "me ha costado el haberme casado con un artista.
       ¡Ah, querida mía, si lo hubiera sabido!... Pero las jóvenes se forjan acerca de todas las cosas ideas muy singulares. Figúrate que en la Exposición, cuando yo leía en la Guía esas señas de las calles tranquilas situadas en las barriadas de París, soñaba con vidas tranquilas, sedentarias, consagradas al trabajo y a la familia, y me decía, comprendiendo de antemano cuán celosa sería: "Así es como quiero un marido. Estará siempre conmigo; pasaremos todo el día juntos, él en su lienzo o en su escultura, yo leyendo o cosiendo a su lado, bajo la luz tibia del taller." ¡Pobre inocente! Entonces no sospechaba lo que era una taller, ni el mundo extraño que en él se encuentra. Nunca, al mirar esas estatuas de diosas tan escandalosamente descotadas, me había asaltado la idea de que hubiera mujeres bastante atrevidas para... Y que yo misma... Sin esto, te suplico me creas que no me hubiese desposado con un escultor. ¡Ah! no... Debo decir que en mi casa todos se oponían a este matrimonio, a pesar de la fortuna de mi marido, de su nombre, ya célebre, y del hermoso hotel que había mandado edificar para nosotros. Yo sola lo he querido. ¡Era tan elegante, tan seductor, tan obsequioso! Parecíame, no obstante, que se preocupaba demasiado de mis vestidos  y de mi peinado: !Alzad vuestros cabellos de este modo!... Y el caballero se entretenía en prender una flor en medio de mis rizos con más arte que cualquiera de nuestras modistas. Tanta experiencia en un hombre era para asustar, ¡no es cierto? Debiera haber desconfiado.. En fin, vas a ver. Escucha.
       Regresábamos de nuestro viaje de novios. Mientras me instalaba en mi encantador hotelito, tan bien amueblado, este paraíso que tú conoces, mi marido, en cuanto llegó, se puso a trabajar y pasaba los días en su taller, fuera del hotel. Cuando volvía por la noche me hablaba entusiasmado de su próxima exposición. El asunto era: "una dama romana saliendo del baño". Quería expresar en el mármol ese pequeño estremecimiento de la piel bajo el contacto del aire, los suaves tejidos empapados de agua, adhiriéndose a los hombros, y otros muchos detalles bellísimos que ya no recuerdo. Aquí para entre nosotras, cuando me habla de su escultura, no siempre comprendo bien. Del mismo modo me decía en confianza: "Esto va a ser precioso"... Y me veía ya sobre la arena fina de las calles admirando la obra de mi esposo, un magnífico mármol blanco recortándose sobre la tapicería verde, en tanto que murmuraban a mi espalda: "La mujer del autor"...
       En fin, un día, curiosa de ver en que estábamos de nuestra dama romana, tuve la ocurrencia de ir a sorprenderle en su taller, que no conocía aún. Era una de mis primeras salidas sola; y estaba tan bonita, ¡demonio!... Al llegar encontré la puerta del jardinillo del piso bajo abierta de par en par. Entré y seguí todo derecho, y calcula mi indignación cuando vi a mi marido con blusa blanca como un albañil, despeinado, con las manos manchadas de tierra, teniendo enfrente, querida mía, una mujer de talle soberbio, de pie sobre un tablado, casi desnuda y con aire de perfecta tranquilidad, como no extrañándose de nada. Unos vestidos horribles, salpicados de lodo, zapatos muy usados y un sombrero redondeo con una pluma desrizada, estaban a su lado, sobre una silla. Vi todo esto instantáneamente, pues comprenderás que huí enseguida. Esteban quería hablarme, retenerme, pero hice un gesto de horror antes sus manos cubiertas de arcilla, y corrí a casa de mamá, donde llegué casi muerta. He aquí como entré.
       ¡Ay, Dios mío! hija mía, ¿qué tienes?...
       Refiero a mamá lo que acabo de ver, como estaba aquella terrible mujer, y en qué traje. Y yo lloraba... lloraba... Mi madre, mujy conmovida, trata de consolarme, diciéndome que debía ser un modelo.
       -¡Cómo !... Eso es abominable... No me habían hablado de esto antes de casarme.
       Entonces llegó Esteban despavorido, procurando también hacerme comprender que un modelo no es una mujer como otra cualquiera, y que además los escultores no pueden prescindir de ellos: pero estas razones apenas me persuadieron, y declaré formalmente que no quería a un marido que pasaba los días con mujeres vestidas de aquella manera.
       -Vamos, amigo mío, - dijo entonces mi pobre mamá que deseaba conciliarlo todo; - por complacer a vuestra mujercita, ¿no podíais reemplazar eso por algo semejante, por un maniquí?
       Mi esposo se mordía los bigotes enfurecido. - "Es imposible, querida mamá."
       - Sin embargo, querido mío, me parece... Ya lo veis, nuestras modistas se sirven de cabezas de cartón para arreglar los sombreros... Pues bien: lo que se hace con la cabeza ¿no podría hacerse para...?
       Por lo visto, no era posible. Al menos Esteban trató de demostrárnoslo prolijamente, con toda suerte de detalles y de palabras técnicas. Ciertamente tenía el aire muy contristado. Yo le examinaba de reojo mientras enjugaba mis lágrimas, y veía que mi dolor le afligía mucho. En fin, después de una discusión interminable, convenimos en que, ya que el modelo era indispensable, siempre que viniese estaría yo presente. Precisamente había junto al taller un sitio despejado, muy cómodo, desde donde podría observar sin ser vista. - "Es vergonzoso, dirás, tener celos semejantes y darlos a conocer". Pero, ¡qué quieres, chica! es preciso haber sufrido estas emociones para poder juzgarlas.
       Al día siguiente, el modelo tenía que venir. Me armo de todo mi valor, y me instalo en mi cuartito, con la intención de que al menor golpe dado en el tabique, mi marido me acudiría al momento.Apenas me encerré, llegó el modelo de marras, emperifollada Dios sabe cómo, con un aspecto tan miserable, que no comprendía como pudo despertar mis celos una mujer que sale a la calle sin puños blancos y con un chal viejo de franjas verdes. Pues bien, querida mía, cuando vi a la tal criatura despojarse de su chal y de su traje en medio del taller, desnudarse con aquella facilidad y con aquel impudor, experimenté una sensación que no puedo explicarte. La cólera me ahogaba... Al momento toco en el tabique... Esteban acude. Yo estaba pálida y temblorosa. Se burlaba de mí, me tranquiliza cariñosamente y vuelve a su trabajo... Entonces la mujer estaba de pie, medio desnuda, con su larga cabellera suelta y caída por la espalda con una pesadez sin ondulacones. No era la criatura de antes, sino casi una estatua, a despecho de su rostro fatigado y vulgar. Mi corazón estaba orpimido. Sin embargo, no dijenada. De prepente, oigo a mi marido que grita: - "La pierna izquierada... Avanzad la pierna izquierda"... Y como el modelo no comprendiese bien, se aproximó a ella y... ¡Ah! este golpe me aniquiló. Llamo, no me oye, LLamo otra vez enfurecida. Acude con las cejas un poco fruncidas por el ardor del trabajo.
       -Vamos Armanda... ¡sé razonable!... Y yo, deshecha en llanto, apoyada la cabeza sobre su hombro. - Eso es superior a mis fuerzas, amigo mío... No puedo... no puedo... Entonces, bruscamente, sin responderme, pasó a su taller e hizo una señala a la terrible modelo, que se vistió y se marchó.
       Durante algunos días, Esteban no regresó a su estudio. Permanecía a mi lado, no salía, rehusaba hasta la sociedad de sus amigos, siempre muy bueno, pero ¡tan triste! Una vez le pregunté con mucha timidez: -"¿No trabajáis ya?"... Lo que me valió esta respuesta: - "No se trabaja sin modelo". No me atreví a insistir, pues comprendía cuan culpable era y que tenía derecho para hablarme así. No obstante, a fuerza de halagos y sutilezas, obtuve de él que volviera a su taller y que procurara conccluir su estatua de... ¿cómo se dice?... de memoria, es decir, de imaginación, en una palabra, lo que quería mamá. A mi me parecía esto muy factible; pero al pobre muchacho le causó mucha impresión. Todas las tardes volvía nervioso, desanimado, enfermo. Para reanimarle iba a verle frecuentemente, y le decía: - "Es precioso". Pero el hecho es que la estatua apenas adelantaba. No sé si trabajaba en ella. Cuando iba al taller le encontraba siempre fumando en un diván, o amasando bolitas de arcilla, que arrojaba con furia contra la pared.
        Una tarde, cuando estaba contemplando aquella pobre dama romana, a medias bosquejada, y que tardaba tanto en salir de su baño, una idea caprichosa cruzó por mi imaginación. La romana tenía aproximadamente mi estatura... Quizá, en rigor, podría yo...
       - ¿A qué llaman una pierna bonita? - pregunté a mi marido.
       Me lo explicó minuciosamente, enseñándome lo que faltaba en su estatua, que no podía concluir sin un modelo... ¡Pobre muchacho! ¡Tenía un aire tan compungido al decir esto!... ¿Sabes lo que hice?... Recogí súbitamente las vestiduras que yacían en un rincón, fui a mi cuartito, y después cautelosamente, sin decir nada, mientras mi marido contemplaba su escultura me coloqué sobre el estrado frente a él, en el traje y con la actitud en que había visto al espantoso modelo... ¡Ah, querida mía! ¡Qué emoción cuando levantó la cabeza! Me daban deseos de reír y de llorar. Estaba encendida... ¡Y aquella muselina que era necesario ceñirse por todas partes!... Pero no me importaba. Esteban tenía un aspecto tan entusiasta que me tranquilicé enseguida. Figúrate, querida mía, que al oír..."

La Vida Galante,  11 de diciembre de 1898

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