Se juntaron en un valle
encantador: en las márgenes del arroyo que fluye de un manantial inagotable y
frío, se asientan los huertos, breves umbrosos, con sus naranjos verdinegros, a
poca costa regados. Más allá se extienden las viñas, ubérrimas en otoño,
llorosas en invierno, como una gran sábana rumorosa y oscilante; y cerrando el
ancho círculo, pinares aromosos, colinas llenas de monte, de plantas que huelen, de arbustos que llevan en su savia
bálsamos desconocidos, virtudes misteriosas.
Chozas grises y casitas blancas
llenan el valle; y en su centro, junto a un pozo que un jazminero espléndido
engalana, se alza la ermita, blanca también, resplandeciente, con su campanita
de argentino son, que anuncia el alba como los pájaros; y por la tarde, en la
atmósfera crepuscular, balbucea el toque de Angelus
con una pureza ideal, como oraciones de vírgenes y de niños…
Dirigían ssu exiguo rebaño, de
arriscadas cabras, Jacintillo; de ovejas mansas y dóciles, María del Reposo;
entrambos en el alborear de la juventud, en los primeros vuelos ardientes del
espíritu.
Y entráronse los dos rebaños en el
mismo monte: las cabras regalándose con la flor de los arbustos, llenas de
miel, henchidas de polen; las humildes ovejas paciendo la hierba olorosa,
pegada al suelo, que perfumaban con el olor de las semillas, con el áureo polvo
de sus pétalos.
–A ver tú, so trapajo, si daleas
la piara y echas pa allá tus cochinas ovejas. ¿No estás viendo que estoy yo
aquí con lo mío?
–Es que dan en juntarse…; ayúdame
tú, peazo de carne bautizá; y después de todo, todos comen: unos la flor que da
el monte, otros las hierba que da el suelo… Nadie se estorba; así debíamos ser
el ganao que va por el mundo.
–¡Qué sabes tú de lo que es el
ganao del mundo, muñeca estripá! A recoger la piara sarnosa, o…
Y Jacintillo, con la cayada en
alto, se fue hacia la zagala con ánimos revueltos y sanguinarios.
–¡Contra! que todos los días
habemos de tener la misma fiesta… ¿No quieres largarte? Pues yo te echaré pa
siempre, así…
Y se quedó con el palo levantado,
sin saber por qué no lo descargaba sobre aquella carne débil, rosada,
resplandeciente como la pared de la ermita, y como ella, indefensa y humilde.
–¡Pégame, bruto; pégame, bruto!
Y no decía más la angustiada
Mariquilla; y lo decía llorando, con una aflicción convulsa, como si ya tuviera
en su piel rosácea la huella cárdena de los palos.
–¡Qué te había de pegar, so tonta!
¡Fueras tú un zagal!, ¡y ya verías! Pero a ti, muñeca blanda, flor de jara,
amarga y dulce; cogollo de romero, que sueltas miel y eres áspera como la
madroñera, ¡qué te había de pegar! ¡Paece mentira!
Y súbito, en un arranque de amor
juvenil, de amor primitivo que palpita en la especie, Jacintillo tiró la
cayada, fuese al barranco, cortó una rama de adelfa florida, y con el cuchillo
de partir pan hizo una flauta maravillosa, de encantadora armonía, que despertó
a la vida el valle pacífico y estimuló en sus nidos a los pájaros amantes.
–¡Toca tú, so tonta! Así, por este
bujero.– Y ella ponía sus labios en el pedazo tibio, humedecido, de la flauta
de adelfa, amarga y dulce a un mismo tiempo… ¡No sabía! Y el pícaro Jacintillo,
anheloso de oír el estallido seco y ardiente de una melodía que entonces
deseaba, puso sus labios en el mismo trozo de la flauta… y –¡Así, así!–decía a
punto en que el ansiado aleteo de algo amoroso que llenaba el ambiente,
restallaba en los labios a través del palo de adelfa, sonoro y admirable.
………………………….
Las cabras y las ovejas pacían
juntas, confundidas, en una fraternidad de mundo primitivo; los altos pinos
parecían gemir en el crepúsculo dorado y apacible; vagas columnas de humo azul
se elevaban de las chozas grises, de las casitas blancas, y el gemido religioso,
balbuciente, de la campana de la ermita, llamaba al espíritu a lo alto, a los
horizontes crepusculares teñidos de oro, ensangrentados de púrpura.
En tanto, Dafnis y Cloe, inocentes,
amorosos, felices en medio de la Naturaleza infinita, seguían tañendo con sus
labios juveniles en la flauta amarga, ideal y sonora…
Blanco y Negro, 17 de agosto de 1901