miércoles, 28 de enero de 2015

EL TÍO MATADURAS (José Doz de la Rosa)

Era yo un chicuelo cuando conocía a aquel hombrecillo enteco y ruin, de rostro afilado, ojillos vivos y redondos, nariz aguileña, cuerpo contrahecho y flacas piernecillas, que sostenían, no muy descansadamente, aquel edificio ruinoso denunciado por la edad, y aún no se borró de mi imaginación su extraño aspecto ni el entrañable cariño que profesó siempre a su eterno compañero, un desmedrado borriquillo, tan falto de carnes como sobrado de alifafes, con la piel llena de llagas y costrones, de los que le venía a su dueño el apodo con que era conocido de todos los granujillas de la aldea.
El tío Mataduras no tenía más amigos ni otros amores que su borrico, al que prodigaba toda clase de atenciones, que eran recompensadas con muchas miradas de agradecimiento de aquellos ojos mortecinos.
El caso es que las cosas iban tan mal para el pobre tío mataduras, que apenas si ganaba para mantener a su compañero de fatigas, decidió venderlo a su compadre por unos cuantos duraos, ya que de seguir en su poder no tardaría mucho en lanzar el último rebuzno; pues la paja andaba por los cielos.
Medio llorando, y después de recibir la cantidad convenida se abrazó el tío Mataduras a su borriquillo, y aun cuentan que le habló algo al oído… y al retirarse a su cuartucho tiró las monedas al suelo, escuchando con espanto los lejanos rebuznos de aquella víctima de su ingratitud.

JOSE DOZ DE LA ROSA
(Diario de Pontevedra, 5 de junio de 1897)