domingo, 25 de enero de 2015

EL ALMA DE LUISITA (José Sánchez González)

La mariposa que alumbraba aquel cuartito se iba extinguiendo y pavorosa negrura poblaba la estancia; Se hubiera dicho que empezaba a notarse en ella el horroroso imperio de la muerte.
Delante de la cómoda había una cunita en la que, con respiración fatigosa, agonizaba una niña rubita como las candelas.
En torno de la niña estaban sus padres, Carmen y Roberto. En las negras pestañas de ella, se columpiaban un torrente de lágrimas, que iban resbalando suavemente por sus demacradas mejillas como el rocío se desliza por los pétalos de una flor marchita.
En su corazón debía palpitar una tragedia aterradora, y en su rostro se veían luchar denodadamente, la más santa resignación con la desesperación más horrible.
El padre lloraba también, silenciosamente, clavando sus ojos, desencajados por el dolor, en el pálido rostro de Luisita; de aquella niña que constituía para él el más preciado tesoro, por ser el primer fruto de su matrimonio con Carmen.
No había salvación para la pobre niña; la ciencia se había declarado impotente para librarla de la sepultura, y de un momento a otro su alma se separaría de su cuerpecito para volar a la región de los justos.
En la calle silbaba el viento mientras tanto con furia horrible, empezó a llover, y las gotas del agua iban a estrellarse en las  vidrieras del balcón de aquel cuartito, con monótono y lúgubre sonido, como si la muerte llamara con sus descarnados dedos para apoderarse de su presa.
¡Qué noche tan horrible! En la calle la encarnizada lucha de los genios del mal, con los del bien; en la estancia el silencio de la muerte, y en la cunita una niña que se muere, como debe agonizar una tórtola en su nido.
Aquel cuartito, antes tan risueño, nido de amores, se trocó en tumba de ilusiones; los dulces arrullos de Carmen se convirtieron en ahogados sollozos.
De pronto se oyó un doble grito, bramó el trueno y la luz se apagó. La niña había muerto.

El cielo estaba cubierto de fúnebres crespones; el trueno retumbaba en lontananza, brillaba el relámpago, y contrastando con cuadro tan lúgubre, una heroica mariposilla del color de la inocencia, subía, subía, y se elevaba lentamente a las alturas: era el alma de Luisita.

JOSE SÁNCHEZ GONZÁLEZ
(Diario de Pontevedra, 28 de abril de 1897)