domingo, 17 de octubre de 2021

El sueño del envidioso (JOSÉ FERNÁNDEZ BREMÓN)

 

Se había dormido Felipe bajo la dulce impresión de una agradable noticia: la quiebra de un vecino suyo que le molestaba con el espectáculo de su felicidad y opulencia.

Sin saber como, se encontró conversando con el diablo, que le dijo familiarmente:

–Te concedo una gracia.

–¿Me das tiempo para reflexionar?—le preguntó Felipe.

–Sí – respondió el demonio; – Volveré dentro de un rato.

–¿Qué le pediré? – decía el envidioso cavilando. – Pedro tiene una mujer muy guapa y la quiere mucho… Pero no, que las mujeres envejecen y ya se cansará de ella. ¿El talento de Juan? Bien mirado, le sirve de poco. ¿El capital de D. Hipólito? Podía estar en víspera de una quiebra, como mi vecino; hay banqueros que concluyen pidiendo limosna. Dicen que el pobre que pide enfrente de mi casa ha sido rico, y se hubiera muerto de hambre a no tener la fortuna de ser ciego.

–¿Has reflexionado? –dijo el diablo, apareciendo de nuevo.

–Todavía no.

–Pues date prisa –repuso el espíritu maligno, y desapareció.

–Es el caso– siguió pensando Felipe– que la felicidad no estriba en las cosas grandes. Conozco muchas gentes dichosas: mi vecina tiene un gato negro que la sigue a todas partes y no le cambiaría por el talento de Juan ni el capital de D. Hipólito. Yo quisiera poseer ese gato…

Antolín canta con primor las malagueñas, y todos le obsequian y buscan: ¿por qué no he de pedir su arte? Pero ¡qué digo! ¿Y el dibujo de Goya que me enseñó Gómez ayer? Ese original haría feliz a cualquiera y luciría más en mi despacho que en el suyo… Todos tienen algo notable menos yo; hasta ese ciego de que me acordaba hace un instante, que inspira lástima a todo el mundo con aquellos ojazos saltones y blancos, ¡ya lo creo que inspira compasión! Su ceguera es un filón de perras grandes.

–¿Has decidido ya? – volvió a decir el diablo, reapareciendo otra vez.

–Espera… espera…

--Ni un instante más.

–Concédeme unos segundos.

–No.

–Pues entonces… dame la ceguera del que pide limosna enfrente de mi casa.

El diablo le abrasó los ojos con su aliento, y el envidioso despertó.

Se oía en la calle una voz que imploraba la caridad de los transeúntes. Era la del mendigo.

–¿Qué es esto? ¡Tengo vista! – decía Felipe restregándose los ojos. –¡Oh! el diablo me ha engañado.

Y se puso a mirar los ojos del ciego con envidia.

 

JOSÉ FERNANDEZ BREMON.  El Alcance.  15 de junio de 1897

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