miércoles, 28 de marzo de 2018

DAFNIS Y CLOE (José Nogales Nogales)

Se juntaron en un valle encantador: en las márgenes del arroyo que fluye de un manantial inagotable y frío, se asientan los huertos, breves umbrosos, con sus naranjos verdinegros, a poca costa regados. Más allá se extienden las viñas, ubérrimas en otoño, llorosas en invierno, como una gran sábana rumorosa y oscilante; y cerrando el ancho círculo, pinares aromosos, colinas llenas de monte, de plantas que huelen, de arbustos que llevan en su savia bálsamos desconocidos, virtudes misteriosas.
Chozas grises y casitas blancas llenan el valle; y en su centro, junto a un pozo que un jazminero espléndido engalana, se alza la ermita, blanca también, resplandeciente, con su campanita de argentino son, que anuncia el alba como los pájaros; y por la tarde, en la atmósfera crepuscular, balbucea el toque de Angelus con una pureza ideal, como oraciones de vírgenes  y de niños…
Dirigían ssu exiguo rebaño, de arriscadas cabras, Jacintillo; de ovejas mansas y dóciles, María del Reposo; entrambos en el alborear de la juventud, en los primeros vuelos ardientes del espíritu.
Y entráronse los dos rebaños en el mismo monte: las cabras regalándose con la flor de los arbustos, llenas de miel, henchidas de polen; las humildes ovejas paciendo la hierba olorosa, pegada al suelo, que perfumaban con el olor de las semillas, con el áureo polvo de sus pétalos.
–A ver tú, so trapajo, si daleas la piara y echas pa allá tus cochinas ovejas. ¿No estás viendo que estoy yo aquí con lo mío?
–Es que dan en juntarse…; ayúdame tú, peazo de carne bautizá; y después de todo, todos comen: unos la flor que da el monte, otros las hierba que da el suelo… Nadie se estorba; así debíamos ser el ganao que va por el mundo.
–¡Qué sabes tú de lo que es el ganao del mundo, muñeca estripá! A recoger la piara sarnosa, o…
Y Jacintillo, con la cayada en alto, se fue hacia la zagala con ánimos revueltos y sanguinarios.
–¡Contra! que todos los días habemos de tener la misma fiesta… ¿No quieres largarte? Pues yo te echaré pa siempre, así…
Y se quedó con el palo levantado, sin saber por qué no lo descargaba sobre aquella carne débil, rosada, resplandeciente como la pared de la ermita, y como ella, indefensa y humilde.
–¡Pégame, bruto; pégame, bruto!
Y no decía más la angustiada Mariquilla; y lo decía llorando, con una aflicción convulsa, como si ya tuviera en su piel rosácea la huella cárdena de los palos.
–¡Qué te había de pegar, so tonta! ¡Fueras tú un zagal!, ¡y ya verías! Pero a ti, muñeca blanda, flor de jara, amarga y dulce; cogollo de romero, que sueltas miel y eres áspera como la madroñera, ¡qué te había de pegar! ¡Paece mentira!
Y súbito, en un arranque de amor juvenil, de amor primitivo que palpita en la especie, Jacintillo tiró la cayada, fuese al barranco, cortó una rama de adelfa florida, y con el cuchillo de partir pan hizo una flauta maravillosa, de encantadora armonía, que despertó a la vida el valle pacífico y estimuló en sus nidos a los pájaros amantes.
–¡Toca tú, so tonta! Así, por este bujero.– Y ella ponía sus labios en el pedazo tibio, humedecido, de la flauta de adelfa, amarga y dulce a un mismo tiempo… ¡No sabía! Y el pícaro Jacintillo, anheloso de oír el estallido seco y ardiente de una melodía que entonces deseaba, puso sus labios en el mismo trozo de la flauta… y –¡Así, así!–decía a punto en que el ansiado aleteo de algo amoroso que llenaba el ambiente, restallaba en los labios a través del palo de adelfa, sonoro y admirable.
………………………….
Las cabras y las ovejas pacían juntas, confundidas, en una fraternidad de mundo primitivo; los altos pinos parecían gemir en el crepúsculo dorado y apacible; vagas columnas de humo azul se elevaban de las chozas grises, de las casitas blancas, y el gemido religioso, balbuciente, de la campana de la ermita, llamaba al espíritu a lo alto, a los horizontes crepusculares teñidos de oro, ensangrentados de púrpura.
En tanto, Dafnis y Cloe, inocentes, amorosos, felices en medio de la Naturaleza infinita, seguían tañendo con sus labios juveniles en la flauta amarga, ideal y sonora…

Blanco y Negro, 17 de agosto de 1901