sábado, 28 de marzo de 2015

¡ESTÁS CHIFLAO! (José García Vaso)

–Lo diré mil veces… y luego otras mil… y lo estaría siempre contando y diciendo, sin que me importara un ardite la compasión insultante de la gente… ¿Qué me importa a mí esa opinión anónima, nacida de mil cerebros prostituidos bajo el estúpido yugo de la vulgaridad?
Pues sí… vosotros no sabéis como fue aquello; oídlo: Ardía mi Patria en guerras civiles, fratricidas. Allá, a las tierras lejanas donde imperaba la muerte, iban miles y miles de hombres que, sin una protesta, sin un solo amago de rebelión, siquiera fuera tan íntima como un mal pensamiento, daban sus vidas y con ellas las de sus madres infelices, sin saber a ciencia cierta por qué daban tanto… Las daban, tal vez, porque así lo disponían otros hombres que hablaban en nombre del amor patrio, de la honra y gloria nacionales, y de otras cosas por el estilo, inventadas para convencer a las madres de que es santo quitarlas los hijos, y para convencer a los hijos de que es heroico abandonar a las madres…
Cuando, después de algún tiempo de sacrificios, iban escaseando en mi Patria la sangre generosa y el dinero miserable, un día… un día triste… un día de esos en que toda la naturaleza está de mal humor, presenciaba yo, angustiado y dolorido, el desconsolador espectáculo de un embarque de tropas… ¡Oh, cuanta amargura! Sobre el muelle bullía la muchedumbre inconsciente y escandalosa, y, hartas ya de llorar, rugían de dolor las pobres madres de aquellos infelices soldados que se iba tragando poco a poco el enorme trasatlántico que cabeceaba quejumbrosamente, como si se doliera de su forzosa complicidad en aquella sangría de hombres… ¡Cuánta amargura!
Ilustración del periódico
Entonces, entonces fue cuando, amasada con lágrimas y sangre del corazón, surgió en mí aquella idea subyugante, avasalladora… aquella idea con garras que se hundía en mi cerebro a los gritos de dolor de las pobres mujeres, y entonces fue cuando, dominado por ella, esclavizado por su poder misterioso, escalé rápidamente una altura, y hablé a la muchedumbre…
–¡Muchedumbre, eres imbécil! Las tierras que luchan por su libertad la consiguen… Solo se vence en el mundo por la libertad. Grecia vence al Oriente porque en Salamina y en las Termópilas resonaba el grito de libertad. Atenas eclipsa a Esparta porque Atenas era una república democrática. Los germanos vencen a Roma, porque traen el sentimiento de la libertad en el pecho. Suiza vence a Austria, Holanda a España, porque invocan la libertad[1]… ¡ ¡Son inútiles, oh Patria, tus esfuerzos! No luches, no luches en nombre de tus glorias, con ser tantas, no valen lo que tus hijos ni tanto como esas madres que lloran; no derrames tanta sangre ni tantas lágrimas en aras de ese regionalismo nacional que se llama patriotismo, porque la Patria, la verdadera Patria es el mundo, y todos somos ciudadanos de la tierra; no batalles por la integridad de tu territorio, porque no le tienes tuyo, todo es de todos! La mayor gloria que puedes añadir a las que ganaste cuando las rapiñas eran conquistas y la barbarie grandeza y los aventureros héroes, será la gloria de haber sido la primera nación que, rompiendo los mezquinos lazos de la Patria, dio notablemente a la humanidad lo que le quitó, tiempo atrás, el egoísmo de las naciones, y de este modo, si pierdes unas cuantas leguas de terreno que quieran ser libres, ganarás, en la historia de los pueblos, un lugar eminente…
En este punto interrumpieron mi discurso… La muchedumbre, que se había apiñado a mi alrededor, sorprendida por la dureza de la expresión y lo atropellado del discurso, me había escuchado silenciosa; las mujeres habían dado tregua a sus lágrimas, y creyeron en mí, y, mientras yo, arrebatado, dominado por una fuerza extraña, hablaba… hablaba…
Pero aquella calma era la pérfida clama de la tempestad… la estupidez y la vulgaridad hablaron por los labios de un patriota, y una voz anónima, desvergonzada y enérgica, arrojó esta frase a la muchedumbre: ¡Matadle, es un traidor a la Patria!
Me sentí súbitamente arrebatado, zarandeado, magulladlo por los innumerables brazos de aquel monstruo que manoteaba en el espacio, y luego no sentí nada… ¡el vacío, el negro vacío llenaba todo mi ser!
Cuando volví a la vida, algunas mujeres estaban a mi lado echadas en el suelo, donde yo yacía, dolorido y maltrecho… Abrí los ojos, y allá, casi perdido en la brumosa lejanía, distinguí al trasatlántico, que, cargado de reses humanas, surcaba majestuosamente el mar inmenso…
Un grupo de chiquillos se me fue acercando poco a poco; uno de ellos, más atrevido, inclinó hacia mí su cuerpecito, y mirándome, entre burlón y compasivo, me dijo: ¡Estás chiflao!
Y desde aquel día memorable soy un demente… ¡Un pobre demente declarado loco por sufragio universal!

JOSÉ GARCÍA VASO
Publicado en La Vida Literaria nº 9. Madrid, 4 de marzo de 1899.



El autor.- José García Vaso (Cartagena, 1866-?) fue un abogado, periodista y político español, alcalde de Cartagena y diputado en las Cortes Generales de la Primera República.


[1] Las líneas en cursiva son del Sr. Castelar.