I
Sí, este traje de Pierrot me sienta
perfectamente.
La careta infundirá valor en mi ánimo y
podré decir a Mariquita todo lo que siente mi corazón.
Va al baile; me lo ha dicho su doncella
a quién logré sobornar con el oro: por cuatro pesetas me ha puesto en
antecedentes. Mariquita llevará un capuchón negro con lazos de color rosa. ¡Qué
noche más feliz voy a pasar!... Podré extasiarme contemplando aquellos ojos menudos
como piñones y aquellos pies grandes y rasgados, digo, al revés…
¡Caramba! ¡Qué daño me ha hecho el
barbero! Por querer esmerarse, me ha dado un corte junto a la barbilla que me escuece
de una manera…
¿A ver cuánto dinero me ha quedado? Seis
duros. Sí, tengo lo necesario para comparar el billete, los guantes, los
bombones y un ramo de violetas. Le regalaré el ramo, emblema de mi pasión
modesta y sencilla. ¡Ay Mariquita de mi alma! ¡Qué noche más hermosa vas a
proporcionarme!
–¿Cómo?
–No se permiten caretas en los establecimientos públicos, y menos de noche.
–Pero…
–Quítesela V. o voy por la pareja.
–Bueno, hombre; me la quitaré, también es fuerte cosa que no pueda uno conservar el incógnito… A ver: Tráigame V. una copa de coñac del mejor. (Pausa).
El mozo.- Este billete de cinco duros es falso.
–¿Falso?
–Queda V. detenido.
–¿Qué dice V.? ¡Protesto! Esto es un abuso. ¡Yo soy un joven de bien!
Un
transeúnte.-
¿Se ha puesto V. malo?
–No es nada; que me he torcido un
tobillo.
–¿A ver? ¿Quiere V. que le lleve a su
casa?
–No, no se moleste.
–¿Es aquí dónde siente V. el dolor?
–¿En la cintura? No, no señor; yo el
tobillo lo tengo más abajo, cerca del pie.
–Vaya, pues me alegraré que no sea cosa
de cuidado.
–Muchas gracias.
–Abur… y diviértase.
¡Cielos! ¡Ese bribón me ha robado las dos pesetas que me quedaban! Era un timador. Por eso me buscaba el tobillo junto al chaleco. ¿Y qué hago yo ahora sin un cuarto? Felizmente Mariquita no exigirá de mí que la convide a cenar. ¡Ella tan decente!... ¡Canastos! Como me duele el pie! Pero todo eso terminará cuando la vea, cuando la hable, cuando la diga todo lo que la quiere mi corazón…
–Mascarita, ¿quieres bailar?
–Con mucho gusto.
–(Es su voz, sí; su voz encantadora.
Cada silaba resuena en mi corazón como una sonata de Chopin.)
La
orquesta.-
Chin, chin, tarará, tararira.
La del dominó.- Lo mejor será que nos sentemos,
porque me amareo
El pierrot enamorado.- Sentémonos si así
te place… (Pausa) Mascarita: estoy
loco de amor.
–¿Qué dice usté?
–Que estoy enamorado como un demente. Ansiaba
que llegase este día para revelarte mi pasión. Yo soy Aquilino.
–¿Qué Aquilino?
–El que ronda tu calle, el que sigue tus
pasos, el que toca el cornetín en Talia.
–¿Pero, qué dice usted? ¿Sa vuelto usted chiflao?
(Un
hombre disfrazado de moro oye las últimas palabras de la máscara del dominó y
se acerca al grupo)
–Oiga usted – dice al pierrot –¿qué está
usted hablando con esa señora?
El
pierrot.-
¿Cómo? ¿Es a mí esa pregunta?
El
moro.-
¿Sa creio usté que esa señora es
alguna desas?
El
pierrot.-
¿Es algún delito amar?
El
moro.-
Toma amores. (Bofetada)
El
pierrot.-
¡Bárbaro!
El
moro.-
Toma, bárbaro. (Trompada.)
El
pierrot.-
Defiéndame usted, Mariquita.
La
del dominó.-
¿Mariquita? ¡Si yo me llamo Ugenia!
El
pierrot.-
¿Eugenia?
El
moro.-
(Arrancándole la careta al pierrot.)
Quiero verle la cara a este señorito.
El
moro y la del dominó.-
(Retrocediendo.) ¡Calla! ¡El vecino
del piso cuarto!
El
pierrot.-
(Dejando caer los brazos con desaliento.)
¡Cielos! ¡El portero y su mujer!
La Vida Literaria 7 de enero de
1899 nº 1.
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