–¿Lo conoció usted?
–Nunca.
–Entonces no me doy cuenta de esos
extraños amores.
Pues él fue la única pasión de mi
juventud. Era alto, de figura hercúlea, pero a la vez gallardísima. Los ojos
azules claros, grandes y llenos de un extraño misterio…. parecía que dentro del
cráneo le ardía una luz vivísima y que esa luz le salía por ellos. La boca
roja, fresca, con una dentadura marfilesca…. Tenía unas manos preciosas, pequeñísimas,
que él se empeñaba en desfigurar porque le parecían afeminadas… Era un gran
artista, verdadero temperamento genial, exquisito, poblado de sombras soñadoras,
alma con claro oscuro… Le repugnaba el orden, el sistema, la línea… trabajaba
con un desorden característico… a veces
pasaba toda una noche sobre las blancas cuartillas, devorando papel como si su
pluma gozara en ir trazando la línea negra. Temporadas en que el trabajo le
lamía la pálida frente dando a su cara tonos marfilescos. Otras no hacía nada…
pasaba meses y meses enamorado de la sombra de un árbol… escondido en las
frondas, fumando en su pipa durante largas horas, ajeno a la vida material,
llenándose los anchos pulmones con bocanadas de aire oxigenado… Guindo agrio y
bravío que florecía entre la fronda en un lejano rincón del bosque. Apartado
ribazo en que el agua murmuradora se extendía tranquilamente, tomando el color
verde magnífico del fondo virginal… Rincón olvidado de la costa, en donde los acantilados
forman oscuras cavernas en las cuales entra la ola para salir convertida en blanquísima
catarata de espuma…
Esos fueron sus amores y eso llevó
a sus palpitantes narraciones, trozos arrancados a la naturaleza viva, puesta
en bastardo lenguaje humano, incapaz de expresar a medias la honda emoción
estética que él sentía.
Recuerda usted su « cacería » Aquella mañana gris
y lluviosa… los capotes calados… el áspero olor de la marisma… los juncos del lago…
la pareja de patos que se levanta del agua… la detonación de la escopeta de la
cual sale el plomo que troncha el idilio de aquellos amores alados y bellísimos…
el pobre animal que se desploma en el agua con las blancas plumas teñidas de
rojo… la hembra que gira volando alrededor del compañero muerto… ¡Cuánta
belleza! ¡cuánta poesía! ¡Qué elegancia! ¡Cuánta sobriedad en el rasgo!...
¿Recuerda usted sus « Fresas de la montaña »? Aquel bosque
de castaños, los amarillos maizales que rodean las casitas allá en lo hondo del
valle… La niña desgreñada y rubia como el lino, adornada la cabeza con
escaramujos silvestres y el cestito en el cual va depositando los granitos carmíneos
que exhalan vivísimo perfume…
Yo me enamoré de él con pasión extraña. No quise conocerle
nunca. Veraneábamos en el Norte. En una aldea gallega… En la estación, al
partir, un muchacho muy empalagoso que me hacía el amor, compró un libro en el
puesto de periódicos y me lo regaló. Era un libro de Guy. «Sus narraciones.»
Las leía cien veces durante aquel verano, y por un fenómeno natural en mis años
me enamoré de él, sin idea de conocerle nunca… Luego supe todo su martirio.
¡Ah! si yo hubiera podido velarle en sus noches de fiebre cuando la enfermedad
empezaba a apagar la luz de su cerebro… Después lo lloré mucho, muchísimo… y
aun hay veces que me escapo al cementerio donde duerme para siempre, y suelo
llevarle una corona de frescas rosas que dejo sobre la lápida fría.
¡Ah, sí: Maupassant ha sido el amor de mis amores de niña! A
usted solo se lo confieso, porque usted quizás me comprenda.
Lusiñán de Mari (pseudónimo de Luís de Armiñán)
Narraciones
rápidas.
Imprenta de Evaristo Odriozola. Madrid, 1896.
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