Los dedos destrozados, los ojos
enrojecidos, una mujer que ni una mujer parece en su aspecto, cose sentada, y
al compás de la aguja y del hilo, desfallecida de hambre, en su miserable
pobreza, canta con doloroso acento «La
canción de la camisa».
¡Coser, coser, coser! Hasta que canta el gallo y las
estrellas brillan entre las rendijas del techo. Dura faena para una esclava de
bárbaros africanos, en países donde los hombres creen que la mujer no tiene un
alma que salvar… ¿Qué será para una cristiana este trabajo?
¡Coser, coser, coser! Hasta que se pierde el sentido y los
ojos se cierran solos y en pesadilla fatigosa se sueña todavía con los ojales y
los botones que faltó coser… y los cose dormida.
¡Hombres que tenéis hermanas queridas, hombres que tenéis
madre y esposa… no es vuestra ropa la que destrozáis, es la vida de las pobres
mujeres!
¡Coser, coser, coser! Con dobles puntadas, la camisa para
vosotros, para nosotros… el sudario!
¿Y por qué temer a la muerte? Su aspecto pavoroso de huesos
descarnados, tan parecido es a mí, que
no me asusta. ¡Un esqueleto soy como la muerte! ¡Tales son mis festines! ¡Ah,
Dios mío, que sea el pan tan caro y tan baratas la carne y la sangre humanas!
¡Trabajar, trabajar sin descanso nunca! Y por salario de mi
trabajo, un montón de paja por cama, un mendrugo de pan, unos andrajos, un
techo agrietado, un suelo desnudo, una mesa y una silla desvencijadas… y cuatro
paredes blancas, tan blancas, que agradezco al reflejo de mi sombra el no verlas
tan blancas y desnudas.
¡Coser, coser… trabajar, trabajar como los criminales
condenados a trabajos forzados… hasta que el corazón enferma y el cerebro
desfallece, rendidos como la mano!
¡Trabajar a la fría luz del invierno y trabajar, trabajar
cuando el sol acaricia con viva luz en primavera, cuando canta la golondrina y
revolotea delante de mi ventana, cual si quisiera mostrarme los reflejos del
sol en las alas y decirme en sus trino que ha llegado la primavera!
¡Ay, respirar la fragancia de flores y campiñas! ¡Sobre la frente
el cielo y bajo los pies la hierba fresca! ¡Una hora siquiera, una hora como en
los tiempos en que yo no sabía cuánto costaba un pedazo de pan!
¡Una hora de respiro! ¡No para el amor y la esperanza… sino
para llorar con desahogo! El llanto aliviaría mi corazón… pero si lloro… se
nubla la vista y se entorpecen la aguja y el dedal.
Los dedos destrozados, los ojos
enrojecidos, una mujer que ni una mujer parece en su aspecto, cose sentada, y
al compás de la aguja y del hilo, desfallecida de hambre, en su miserable
pobreza, canta con doloroso acento «La
canción de la camisa»… ¿Llegará su canción a los ricos y poderosos?
THOMAS HOOD
Traducción de Jacinto Benavente
(Diario de Pontevedra, 6 de mayo
de 1897)
El autor: Thomas Hood (23
de mayo, de 1799 - 3 de mayo, de 1845) fue un humorista y poeta inglés.