Tío Roque… ¿viene usted a echar
una partía é mus a la taerna?
–Pa juegos estoy yo. Ya sabís mu
bien que nunca sus he desairado y que me juego con gusto un cuartillo que por
rial más o menos no vamos a salir de probes, pero hace muchismo tiempo que solo
vivo pa una idea, y esta es muy triste.
Antes, en mi probe caseta de
guarda agujas había honra y feliciá, pero ese condenado de señorito se me llevó
el rayo de sol que calentaba mi corazón de viejo, robándome a mi hija, y ende
entonces vivo no sé cómo, paice que me sostiene la fiebre de mi venganaza, que
arde aquí adrento, sin consumirme nunca.
¡Ya ves tú, Toño, si pueo yo
tener ganas de divertirme, con este perro que llevo agarrao al pecho. Créete,
que si no fuese porque algo me dice que han echao en mis canas, ya me había
despenao, arrojándome a la vía, pa que el tren acabase con unas tristezas, que
no han de terminar de otro moo.
–Y de Rosa, ¿sabe usted algo?
Na, ni quiero; y ya pué meterse
bajo tierra, pus si Dios me la llega a poner a mi vista, yo te juro, Toñico,
que no sabían de reir de mí, porque se pué ser probe siendo rico de honra, pero
las dos probezas juntas son muy tristes… mia, lloro, yo que he hecho toa la
guerra de África, y tengo el cuerpo como una criba, y nadie ma visto derramar
una lágrima.
Que quieres, tú no pués saber lo
que es esto; estarse mirando en la chica que es sangre de la tuya, quererla más
que a las niñas de los ojos, trabajar, no lo que Dios mándó, sino too lo que
pué resistirse, porque no le falte su piazo de pan, su falda de percal, sus
corales pa las orejas y el corpiño de seda pa los domingos… y de la noche a la
mañana encontrarte el nío vacío y mudo. ¡Créelo, Toñico, que es pa llorar con
un llanto tan amargo como el que yo derramo!
***
Al pie de la cuneta, el Roque,
con el banderín en la mano, espera el paso del tren, que se desliza con rapidez
vertiginosa por los raíles de acero… y queda mudo de espanto al ver asomados en
una de las ventanillas a su Rosica, vestida como las señoras y llevando al lado
el ladrón de la felicidad de su pobre caseta.
Un sudor frío baña su frente, una
idea diabólica se aferra en su cerebro, sí, ya había llegado el momento ansiado
en tantas horas tristes, y lo eran todas las de su vida, no había que vacilar;
¿vacilaron acaso ellos en arrancarle el alma a pedazos?
***
Un descuido del guarda aguja hizo
que el tren saltase de la vía yendo a estrellarse contra las paredes del túnel,
en revuelto montón de astillas humedecido por la sangre que escapaba de cien
cuerpos magullados y deshechos…
El tío Roque, con aspecto de loco
y con los ojos que querían saltar de las órbitas, empezó a revolver con
ansiedad febril el montón informe, hasta que descubrió algo que hizo lanzar una
carcajada de alegría horrible…
Allí, bajo las ruedas de uno de
aquellos coches, yacían el cadáver de Rosa y del señorito que había robado la
felicidad de su pobre caseta de guarda aguja…
JOSÉ
DOZ DE LA ROSA
(Diario
de Pontevedra, 12 de noviembre de 1897)