lunes, 26 de enero de 2015

¡AQUELLOS PINOS! (Luís Taboada)

Los dependientes del municipio se dedican a destruir el pinar de las de Gómez.
Aquellos árboles color de plomo, testigos mudos de mil escenas de amor, han sido trasladados no se sabe adónde, y la juventud enamorada protesta contra el acuerdo municipal.
–Aquí, en este sitio, – exclamaba un pollo, señalando con el dedo un montón de tierra removida – aquí existía un pino esbelto dónde solía apoyarme yo para ver a mi Aniceta. ¡Sabe dios donde habrá sido trasplantado”
–¿Y Aniceta?– preguntaba otro joven.
–Se la llevó su papá a Belchite, para romper nuestras relaciones. Es una historia de lágrimas. Aniceta estaba decidida a todo, hasta el rapto, pero su padre, que es un comisario de Guerra sin corazón, pidió el retiro a cencerros tapados; hizo los baúles, compró una gorra de viaje, y una noche, cuando estaba Aniceta preparándose para el rapto la cogió por las enaguas y la introdujo a la fuerza en un coche de punto. Ella quiso gritar, después trató de tirarse por la ventanilla pero el padre le dio en la cabeza con un puño cerrado. Una hora después, Aniceta era conducida a Belchite, en segunda.
–¡Qué horror!
–Y ahora me escribe cuando puede burlar la vigilancia paterna, diciéndome que su vida es un constante martirio. Su padre la tiene privada de la luz, de la sociedad, del postre; y todas las mañana, antes de lavarse, la arrastra por los pelos.
Quizás el Municipio haya quitado el famoso Pinar para que no se repitan las tristes escenas a que ha dado ocasión aquel paseo de moda. Allí acudían los chicos de ambos sexos; allí germinaban las relaciones amorosas, y de allí producían muchos matrimonios y algunos dramas como el que acabo de referir.
Las de Martínez no sabían que el Pinar estaba llamado a desaparecer, y acudieron la otra tarde, según su costumbre, a su paseo favorito. Allí estaban los chicos elegantes más acreditados de Madrid, contemplando la obra infausta del Ayuntamiento, y desatándose las censuras.
–¡Esto es escandaloso!–gritaba un elegante.
–Se nos quita uno de los placeres más honestos. Se nos quiere faltar a todas las consideraciones – añadía otro.
Las de Martínez dirigieron una mirada de inteligencia a los jóvenes protestantes, como si quisieran decirles:
–·Es verdad. El Ayuntamiento no cuida del porvenir de las hijas de familia.
¡Qué simpáticas son las de Martínez! Una se llama Pura, otra Consuelillo y otra Baldomera, y las tres son del mismo tamaño, pelirrubias, alegres, con las naricitas en forma de apagador y los ojos salientes como los de los besugos frescos.
La mayor ha tenido ya media docena de novios, que conoció en el Pinar, y entre ellos un joven de Fernando Poo, que está aquí haciéndose farmacéutico; pero el Sr. Martínez, padre, supo que los ascendientes del joven habían sido indios bravos, y que él había pasado su niñez en las ramas de un cocotero, y por no exponerse al salto atrás, en caso de procreación, se opuso al casamiento de su hija con aquel mono de la facultad de farmacia.
La chica entonces se puso en relaciones con un filipino, color de chocolate, que se barnizaba el cutis como si fuera una cómoda, y con él se hubiera casado a no ser por  el Sr. Martínez, que averiguó que el filipino no tenía nada absolutamente.
En el momento de presentar a mis lectores a la familia Martínez, el padre ha notado que sus tres niñas son objeto de las miradas de los señoritos elegantes, y las dice en voz baja:
Discreción, hijas; mucha discreción. La mujer es como el cristal, que se empaña con el aliento.
Porque el Sr. Martínez, que es viudo desde su más tierna edad, cifra todas sus esperanzas en despachar a las niñas con el mayor decoro posible.
Es hombre pundonoroso y buscavidas, que lo mismo establece un servicio de judías verdes a domicilio, como funda una agencia para colocar amas secas desacomodadas; pero sin que abandone por eso el porvenir de sus hijas;  y cada vez que les salía un novio en el Pinar, revolvía el mundo entero para adquirir informes en averiguación de los antecedentes del interesado.
En cierta ocasión, su hija Pura fue requerida de amores, junto a la guantería de los Calatravas, por un chico de Daimiel llamado Manolo, concurrente asiduo al paseo del Pinar, y a Daimiel se marchó Martínez a buscar informes. Veinte y cuatro horas después, Pura recibía el siguiente telegrama:
«Manolo resultó presbítero. Devuélvele carta, palo, retrato. Yo le reventaré sin reparara carácter sagrado. Ahoga latidos corazón. – Aquilino»
Muchas decepciones ha experimentado la familia Martínez en el Pinar; pero esto no impide que vean con disgusto la desaparición de aquellos pinos, algunos de los cuales parecían querer decir a los abonados:
–Pasead y sed felices, que nosotros hemos sido plantados aquí para guareceros y amaros, ¡oh cursis!

LUIS TABOADA
Diario de Pontevedra 4 de mayo de 1897

El autor: Luis Taboada y Coca (Vigo, 6 de octubre de 1848-Madrid, 18 de febrero de 1906) fue un periodistas, humorista y escritor español.