Estando ayer la señora de A… en
casa de su zapatero preguntó por la Pepa, la ribeteadora, aquella muchacha tan
aseada, tan dispuesta, tan sana y aun con apariencias de sensible en su
fisonomía. –¡Ay, señora! dijo el maestro zapatero, limpiando una lágrima que se
le deslizaba involuntariamente, ¡ni polvo hay de la Pepa! –Los oficiales y
oficialas suspendieron su trabajo; todos, en sus ademanes hicieron el elogio
fúnebre de la Pepa, silencioso, pero sincero. El maestro Tomás prosiguió: –¿se
acuerda V., señora, de haber leído en los papeles públicos, hará como un año y
medio, el suicidio de un joven bien portado que apareció a espaldas del
cementerio, muerto de un pistoletazo? –aquí otra lágrima que se limpió el tío
Tomás, sin dársele nada de que la señora de A… viese la mugre del codo de su
manga. – Pues bien, señora, ese fue el primer novio de la Pepa, y ojalá que sus
padres no se hubiesen opuesto al casamiento; pero no era maestro… ni tenía nada
ahorrado… además pretendió a la muchacha el heredero de unos treinta mil
reales, hijo de oficio… V., señora, debe conocerle, Cogote le llamamos por mal
nombre… pues señor, que los padres comienzan a atormentar a la chica, y que si…
que ha de ser… y que no ha de casar con otro… y la prohibieron a ella que hablase,
que mirase, que dejase pasar por delante de su puerta al otro pobre muchacho…
dio gusto a sus padres… se casó en efecto. – La Pepa tenía mucha fantesía (dijo Juana la ribeteadora),
llevaba blondas a todos los días. – Calla, que aquello era aseo (interrumpió el
tío Tomás), ¡me parece que la estoy viendo!... lo que hubo, señora,
verdaderamente es que aquel ángel era de carne, y cuando estuvo en su casa
propia no pudo resistirse a las instancias de su primer amante… y no arquees
las cejas, Juana, que yo quisiera ver a la más pintada puesta en semejante
caso; porque el marido salió un calavera. Cuando abrió la tienda la estrenó con
orquesta, se hizo unos botines de cuatrocientos reales para ir al arroyo, y
hombrearse con los hijos de los grandes de España, compraba caballos por tres,
que luego vendía por uno; en fin, que ahí le tiene V. ahora de criado de los
cómicos de la calle de la Sartén, desde que ha enviudado, porque la pobre Pepa
se murió… se murió, señora, y a fe que pocos días antes su madre vino aquí y se
sentó donde V. está sentada, y me dijo; tío Tomás, se me muere la Pepa, y si se
me muere me tiro al canal… aquel bribón de marido la tiene perdida, plagadita,
tío Tomás… y era verdad. Pero escuche V., señora; el día que a la Pepa en su
enfermedad la dieron lo bueno, se presentó el muchacho, el primer novio, y la
dijo: –dos pistolas he comprado, si tú te mueres me mato. – Parece que lloras,
Juana, ¿dónde está ese genio tan descontentadizo, esa lengua que a ninguno
deja… llora, Juana, y que te haya perdonado la envidia que la tuviste.– Señora,
encomiende V. a Dios a la Pepa, se murió, pero siempre queriendo, sin querer
decir nada a naide la pobrecita… el
que ella quiso bien lo merecía; el día que la enterramos asistió al entierro..
y le dije al paso, ¡Joaquín! quien lo dijera!... no me contestó ni esto. Pero a
media noche según ha dicho el guarda del camposanto, vio un hombre embozado que
rondaba las tapias y que gritaba, «Pepa,
Pepa, Pepa» oyó un tiro y por la mañana se le encontró muerto.
Cuando concluyó el maestro Tomás esta historia ya no había
casi ninguno de los oyentes; los oficiales jóvenes se habían ido saliendo
sollozando en silencio, las mujeres llorando en alta voz. El tío Tomás concluyó
diciendo: Señor, no se puede ser tan bueno: parece que este mundo es de los
malos según los padecimientos que hay para los que no lo son. – ¿Qué tal? dije
yo al salir a la señora de A… ¿sabe sentir la gente baja, o no? ¿Pudiera
hacerlo mejor una familia de duques?