El sol va retardando cada día más
su salida, y cansado de luchar con las nubes negruzcas, que le ocultan entre
sus fantásticos girones, se esconde casi a media tarde para dejar que las
tinieblas de la noche envuelvan la tierra durante las interminables veladas de
invierno.
En esta época del año solo puede contemplarse
a la Naturaleza a través de los cristales del mirador; y aunque la chimenea
esparce llamaradas de fuego caldeando el confortable gabinete, al mirar en
medio del arroyo el torbellino de hojas mustias que el vendaval arrastra, y al
sentir el silbido del viento que azota en las galerías, el alma se escalofría
como si hasta el interior del ser humano llegaran las finísimas ráfagas del
helado cierzo.
Cuando las primeras tintas de la
mañana, rompiendo la densa neblina dejan extender la vista por el horizonte,
contemplando un paisaje melancólico, con los árboles sin verdor, con los
vergeles sin flor y sin aromas y con la campiña cubierta de nieve… semejando a
una sábana interminable, plegada a trechos, pero siempre monótona y triste.
Pero aún en los aburridos días de
invierno encuentran los chicuelos un reflejo de sol con que alegrarse…
Sólo la pobre vieja, arrebujada
junto al brasero, pasa la estación de las nieves como una noche interminable,
procurando desechar presentimientos amargos, sin que a sus ateridos miembros
les preste calor el codiciado rescoldo.
Entonces se acuerda de la
primavera de la vida; se la aparecen, como en sueños, las floridas tardes del mes
de Mayo; piensa en aquellos tiempos en que el cielo estaba todo azul, la
pradera parecía un inmenso vergel y la tibia temperatura deleitaba con el embriagador
aroma de las flores… Hasta que vuelve a la realidad y lo ve todo arrasado por
el huracán de los desengaños; contempla sus encantos marchitos y la nieve de
las montañas aparece también blanqueando su cabeza y helando su corazón… sin más
consuelo que los besos del nietecillo, a cuyo calor el imperceptible deshielo
llena los ojos de lágrimas, como el rocío cuaja de perlas los cálices de las
flores.
Para la pobre anciana todo es
invierno y en las prosaicas tardes del mes de diciembre solo conservan su
lozana verdura los sauces del cementerio, y el nevado horizonte le parece una
inmensa lápida mortuoria.
ROMULO
MURO
(Diario
de Pontevedra, 7 de diciembre de 1897)
El
autor: Rómulo Muro Fernández (Toledo
1867- Madrid 1927) Periodista y escritor español.