El mujick más guapo, más fuerte
y vigoroso del país, Volk Kolyadka, se casaba aquella noche con la rubia y
linda Dobrynia Sviatoslavovitch, la que amaban y deseaban todos los mancebos de
los alrededores, y ante la que Sviatogor de Maurom, el poderoso señor, se había
detenido muchas veces a mirar sus grandes ojos de color de cielo, sus manos
pequeñas de princesa y su boca, que parecía una flor.
Se casaba con ella, loco de
amor; la conducía, más bella y deseable todavía con sus nuevos vestidos de boda
hacia la casa nupcial, lejos, muy lejos, al otro extremo de la aldea, a la
sombra de los oscuros bosques de pinos, ella se sonreía y él la estrechaba
contra su pecho tierna y dulcemente con placer sin igual.
El camino se extendía desierto
bajo la noche que caía, y el horizonte se hacía cada vez más oscuro. Entre las
tinieblas se distinguía únicamente la silueta compacta y trágica del castillo
señorial donde vivía Sviatogor Mourom.
Al volver un recodo del camino,
Volk Kolyadka fue cogido por unos hombres que le arrojaron sobre la tierra y le
amordazaron. Dobrynia, también cogida y atrechada, lanzaba gritos que el eco
repetía, en tanto que un brazo de hierro la enlazaba y se la llevaba sobre un
corcel negro, escuchando al mismo tiempo palabras de amor.
La noche es oscura y siniestra;
la campiña inmóvil parece un lago de pesadas tinieblas. Volk, sin movimiento,
al borde del camino, con la mordaza cruel en los labios, abandonado, torturado
por la rabia, con los ojos hinchados por lágrimas de desesperación dirige hacia
el castillo sus miradas henchidas de odio.
De repente, una de las altas
ventanas se ilumina, y dos sombras aparecen: la una, estrechada, cogida,
forcejando en vano por desasirse, recibe el beso feroz de la otra, y los
músculos del desgraciado Volk crujen y se hinchan hasta romper las ligaduras.
¡Oh! ¡Aquello es horrible!... Se
arranca la mordaza y corre hacia el castillo; golpea la puerta cerrada, la
puerta de hierro, la terrible puerta… y grita, grita a pesar de la noche y el
viento responde únicamente a sus gemidos!
–¡Dobrynia!... ¡Dobrynia!...
Entonces la ventana se abre, una
sombra aparece de pie, desgreñada, con una herida en el costado, los vestidos
hechos jirones, dando alaridos de terror… y Dobrynia cae, cae y rueda sobre los
escalones de piedra…
Un clamor de espanto y de dolor
sube hacia el castillo maldito, un clamor que se dirige a Dios, Es el
derrumbamiento de un cadáver sobre otro cadáver.
Una gran sombra blanca se ha
levantado sobre el castillo, que arde. Un viento furioso activa el incendio.
Sviatogor de Mourom ensilla un fogoso
caballo, y, con la rabia en el corazón, empujado por una fuerza invisible,
parte hacia el campo.
Nadie le igualó jamás; la fuerza
circula por sus venas como la sangre de un puñetazo. Sviatogor vence al hombre,
derriba un árbol y ahora los brazos de Sviatogor no han podido dominar aquella
débil joven, que se le ha escapado como de los brazos de un niño… Ella se ha escapado
de él por la muerte, pura, y él con la rabia del deseo la hiere.
Hincando las espuelas a la
bestia hasta hacerla dar relinchos de dolor, parte sin saber por qué, empujado
por el mismo deseo ignorado… Y detrás de él, siniestro, en lo profundo del
espacio, incendiando el cielo con bandas rojas, el castillo arde, y una sombra
luminosa, dirige la llama, la conduce y la aviva.
Sviatogor, sin volverse, devora
la estepa y el tiempo; corre, corre al galope infernal y negro…
Después, de repente, el caballo
se encabrita y se para.
Sviatogor salta a tierra
estremecido de cólera.
Con el mango de oro de su puño
pega en el morro ardiente de su cordel inmóvil, le rasga la boca con el bocado
y le patea e pecho. Nada. Ni un movimiento. La bestia, sin embargo, no está
herida. Allí está de pie en medio de la noche poderosa y fiera. Ante él no hay
ningún obstáculo.
Sviatogor tiene miedo. Vuelve a
subir sobre la silla y rasga con las espuelas los ijares del caballo inmóvil.
La sangre corre y el caballo
relincha de dolor, pero no se mueve.
El caballero jura y grita, pega
y amenaza.
Vuelve a echarse al suelo, se
suspende de las bridas blancas de espuma y rojas de sangre.
La luna aparece. A su aparición,
el negro corcel se estremece, agita la cabeza, se sacude y la sangre que sale
de sus heridas salpica a Sviatogor.
La sangre cae a grandes gotas,
en lluvia de enormes lágrimas purpurinas. El suelo está empapado, rojo, y el
caballo se estremece y relincha.
Después, bruscamente cae.
Sviatogor ha lanzado un grito y
trata de bajarse.
Una mano le coge por los
hombros, una mano invisible y pesada, y aquella mano le martiriza y le
aniquila.
Bajo su presión, Sviatogor
vacila y el suelo empapado se hunde… Los pies del asesino están ya bajo la
tierra enrojecida… y la mano continúa oprimiéndole los hombros.
Sviatogor sollozo y grita, clama
y suplica, ruge, llora y se hunde.
La tierra le llega a la cintura,
la tierra sangrienta y caliente y la presión de los cinco dedos se hace más
pesada; la barba de Sviatogor arrastra por el suelo, sus labios beben la sangre
y su voz se apaga…
Sus ojos, su frente y sus cabellos
aparecen todavía; los ojos tienen una mirada de inexplicable horror… y los
ojos, la frente y los cabellos se hunden…
Ya no hay más que la estepa
blanca bajo la pálida luna, la mancha roja y el caballo muerto… El viento sopla
y la nieve cae… Cae en grande s copos, cae en flores de anchos pétalos, cae… y
la mancha roja subsiste.
¡La nieve puede caer durante
siglos, toda la eternidad!... Allí estará siempre la imborrable mancha roja, la
tumba de Sviatogor de Mourom, entre la nieve blanca y bajo el cielo azul.
LEON
TRICOT.
(Diario
de Pontevedra, 10 de junio de 1897)