La idea parecerá absurda y hasta podrá serlo; pero lo cierto es que
anda dándome vueltas por la cabeza desde esta mañana.
Acababa yo de terminar el almuerzo, cuando vino a tenderse a mis pies,
según costumbre, mi Safo, una perra
muy linda y muy sociable, cuyas coqueterías me tienen prendado.
El noble animal meneaba el rabo y clavaba en mi rostro sus ojos azules
y melancólicos, como si quisiera penetrar en el fondo de mi alma.
Contemplándola en aquella actitud, me asaltó de repente una idea que no
he podido desechar en todo el día. Mi perra – pensé – es ella, es María, mi primer amor, desvanecido como un sueño
delicioso, pero perdurable en mi memoria.
Aferrándome más y más a sospecha tan extraordinaria, fui encontrando
entre María y la perra semejanzas que helaban en mis venas la sangre… ¿Será
ella?
Siempre que entra en mi casa, el animal me recibe con bulliciosas
demostraciones de júbilo. –¡lo mismo que María! – y a veces se pone tan
empalagosa, que no logro separarla de mi lado más que con regaños o amenazas;
que es, exactamente lo que me ocurría con aquella mujer.
Casi puedo asegurar que el espíritu de mi antigua amante vive en el
cuerpo de Safo. No hay más que ver
las artimañas y zalemas de que se vale para conseguir aquello que ha despertado
su codicia.
Además, mi perra es algo sucia y yo recuerdo que mi pobre María tampoco
era muy aseada. ¡Cuántas veces tuve que incomodarme con ella y ponerme serio
para que modificase sus costumbres! Igual tengo que hacer con la perra.
Su exceso de sociabilidad la hace impertinente con las personas que van
a mi casa; comienzan haciendo gracia y terminan cometiendo toda clase de
inconveniencias… Y María tenía el mismo defecto.
¿Será ella? Safo quiere que
la adivine todos sus pensamientos, y cuando no logra hacerse entender, se incomoda
y ladra! Queriendo hablar, le sucedía lo mismo a la mujer de quien os hablo.
Mi perra, como María, come mucho y tiene predilección por las
golosinas; aborrece el olor del tabaco; se deleita con la música, y mientras yo
trabajo se queda dormida junto al brasero.
Lo mismo que María, mi perra es muy callejera; por su gusto no vendría
a casa más que para dormir y comer, y se enfada si la encierro todo el día.
Cuando voy de paseo con ella, no se aparta de mi lado un momento, y va
muy seria y orgullosa, como diciendo a las gentes: «Ya veis que no estoy sola en el mundo». Y muchos que pasan a nuestro lado vuelven
la cabeza murmurando: «¡Qué hermosa
es!» ¡Cuántas veces he oído lo mismo cuando
acompañaba a la otra!
Ya no me atrevo a asegurar que sea la misma; pero… ¿no es verdad que se
parecen mucho?
–Ven aquí, pobre Safo; dame
la manita. ¿Quién te quiere, monina mía? Levanta la cabeza así; mírame tú…
¡Nada!.. Que si no fuera tan leal y tan constante, juraría que era ella.
LUIS GONZÁLEZ GIL
Diario de Pontevedra 10 de enero de 1898