jueves, 12 de febrero de 2015

EL RELOJ (Charles Baudelaire)

Los chinos conocen la hora en las pupilas de los gatos.
Cierto día un misionero, paseándose por los alrededores de Nankin, se apercibió de que había olvidado su reloj, y le preguntó a un muchacho que hora era.
El granujilla del Celeste Imperio dudó algunos momentos; luego, reponiéndose, contestó: – «Voy a decírselo» – Poco después reapareció trayendo entre sus brazos un hermoso gato, y así que le hubo examinado, como vulgarmente se dice, el blanco de los ojos, exclamó sin vacilar: «Falta muy poco para las doce»… Lo cual era cierto.
En cuanto a mí, si me acerco a la hermosa Felina, honra de su sexo, orgullo de mi corazón y perfume de mi espíritu, sea de noche o de día, en plena luz o en la sombra opaca, siempre veo en el fondo de sus ojos adorables la misma hora; una hora grande, solemne, inmensa como el espacio, sin divisiones de minutos ni de segundos…; una hora inmóvil, que ningún reloj puede marcar, y ligera, no obstante como un suspiro, y rápida como un pestañeo…
Y si algún importuno viniese a molestarme mientras mis miradas se recrean en ese delicioso cuadrante, si algún genio intolerante y  maligno, o cualquier demonio enemigo del tiempo me dijese: –«¿Qué escudriñas ahí con tanto cuidado? ¿Qué buscas en los ojos de ese ser? ¿Ves, acaso, la hora, mortal pródigo y embustero?»… Yo respondería sin vacilar: –«¡Sí, veo la hora: es la Eternidad!»…

CHARLES BAUDELAIRE.
Vida galante. nº 2. Barcelona, 11 de noviembre de 1898